jueves, 31 de marzo de 2011

Bagajes, linajes y ambages



I

Mamá dijo que de niñas, ella la abuela y las tías fueron muy pobres. También decía que la abuela era médium y creo que uno de mis corajes es tener que admitir, hoy por hoy, que de ahí vienen las facultades actorales que me permiten creer y hacer creer a la gente que una ranita de peluche puede hablar por el solo hecho de estar en mis manos.

En realidad, desarrollé histrionismo para librarme de las torturas maternales cuando tenía 14 años. Mamá, sin duda, fue una actriz. Dejarse llevar a un hospital psiquiátrico para ayudar a papá a ocultar que era borracho, no pudo ser más teatral. Pero papá fue también actor aficionado y cuando le dije, a los 12 años de edad, que quería dedicarme a la actuación, estuvo más que dispuesto a contarme de su debut en Tantoyuca, la puesta en escena de un melodrama donde cosechó los aplausos de su comunidad.

Mamá me contó que una vez, en su infancia, un terrible dolor de muelas le quitaba el sueño, el habla, en fin, todo lo que puede quitar un padecimiento de esa índole y la abuela acudió a una amiga curandera, que le estuvo "sobando y sobando con unas hierbas que olían re feo, y rezaba unas cosas raras. En eso, pasó una señora muy bien vestida, se veía que era rica y entonces la brujilda me pasó la mano por la mejilla y la boca y lo que agarró, que según ella era el dolor, se lo aventó a la señora para decirle, como en un conjuro, '¡Llévatelo tú, que tienes con qué pagar!'." Mamá decía que su malestar se recrudeció, que no entendía por qué nada más deseándole el mal a la gente se podía salir adelante.

Me acuerdo de las tías, Alicia y Cirenia y en realidad no es difícil imaginar quiénes fueron los padres biológicos de ellas y por qué no se comprometieron con la abuela. Mamá y las tías en realidad fueron hijas del delirio. Casi estoy segura de que la abuela ni siquiera supo en qué momento se abrió de piernas ni con quién; así como mi hermana, que esconde la vergüenza de haber sido en realidad una mujer rechazable para todos, con una serie de ideas delirantes engarzadas.

Creo que en realidad fue grande el dolor de mamá cuando tuvo que aceptar que precisamente yo era, de los tres hijos que tuvo, la que menos la quería y se quiso desquitar, quiso llegar hondo y me llamó "india desventurada", "pobre diabla", como diciendo: "Yo tengo esposo, título universitario y una carrera, cosa que tú ni en sueños. Yo sí tengo lo que la sociedad nos dice a las mujeres que debemos tener para demostrar que somos exitosas y por eso valgo más que tú."

Aunque estoy empezando a comprenderla, sigo pensando que de india desventurada, de pobre diabla, me ha ido mejor que como me fue de su hija predilecta. ¡Dios me libre de volver a ser, en la vida, la predilecta de nadie!





II
Nunca me he conformado. Desde el momento en que papá nos dijo, a Ma. Alura y a mí que mamá estaba enferma, quedó sembrada la semilla de la rebelión. Aquella efervescencia corrosiva que sentí mientras lo escuchaba me ha acompañado siempre y emerge como erupción del Vesubio cuando recuerdo mi niñez.
Papá guisaba enfundado en su bata y acababa de recibir un insulto. Mamá lo llamó "el hombre madre con patas de chichicuilote" y de nosotras también se burló con una voz chillona y estridente, nos dijo que éramos un par de traidoras porque no nos importaba quién estuviera cocinando con tal de que nos regalaran el desayuno.
Aceptar que la esquizofrenia es genética, sería como tragarme un cuento. He concebido la idea de jugar un poco a que soy Sherlock Holmes, a raíz de que di con algunos autores que apasionaron a mamá, y lo escribo así porque fui testigo de cómo se bebió los libros de Sigmund Freud, José Ingenieros, Alexis Carrel.
Esos pensadores departieron en su cabeza con gente como Lobsang Rampa, Ronald Hubbard y, ¡Og Mandino! En literatura la cosa era aún más tobogánica, porque gravitaba en un universo que iba de Hermann Hesse a Yolanda Vargas Dulché. Por decoro no menciono a Corín Tellado, pero creo que también la leyó. Desde luego, no faltó Jean Paul Sartre. De ahí sacó la conclusión de que ser existencialista era vestirse de negro y peinarse de crepé. Bueno, cuando hay que elegir entre el ser o la nada, pues sí que se ve uno en dificultades.
Creo que mamá siempre se debatió entre pertenecer a las juventudes sinarquistas o ser beatnik. Para lo primero carecía de billete. Para lo segundo, era demasiado pretenciosa y le faltaba intelecto. Es probable que haya soñado con ser la novia de algún black leather jacket, sentirse la heroína de un suceso tipo Vaselina, bailar rock and roll y viajar en un convertible, pero ese era un gusto que nada más podían darse los que nacieron en los treinta. En la década 1950-59, de acuerdo con su edad, engrosó la fila de las señoras casadas, convencionales, dedicadas a tener sus hijitos.
Parida en 1925, fue retoño de la generación a la que le tocó la colita de todo ese furor esotérico que hubo a finales del siglo XIX y principios del XX. También fue la época del positivismo científico. Eso debe haber generado unos coctelitos mentales de miedo. Como cruzar a Madame Blavatski con Charles Darwin, ¡y salió Francisco I. Madero!
Su pink floid, o sea mi abuela, era una señora gorda que nos recibía con alegría, pero que cuando se enojaba gritaba y se la pasaba un buen rato vociferando. Decía muchas cosas que se me hacían calca de lo que escuchaba en casa. ¡Eso te lo enseñó mamá! Le gritaba como si estuviéramos jugando a la roña y le dijera "¡tú la traes!". La abuela se rió de mi ocurrencia, pero era bastante manipuladora.
Un día estaba cosiendo un vestido y dejé la aguja encajada en la prenda para ver quién tocaba la puerta. Como Petrita ya estaba atendiendo, la abuela quiso evitar que fuera de curiosa y me dijo que si dejaba la aguja así ya no la iba a encontrar. Cuando llegué vi que efectivamente la aguja ya no estaba y se lo reclamé. A fuerza de mucho insistir y casi llegar a pegarle, me la entregó y admitió que sí la había escondido. En ese tiempo tenía unos seis años. La abuela murió días antes de mi primera comunión, en 1964.
De las pocas cosas a las que presté oídos, mamá decía que uno de sus resentimientos con la abuela era porque trataba a los niños como si fueran tontos y no les decía la verdad, que ese era un defecto generalizado de los adultos de su tiempo. Viéndolo bien, el trato cotidiano con una señora como la abuela, sí que debe ser un factor decisivo para enfermar a cualquiera. Lo malo es que a mis hermanos y a mí, mamá y las tías nos trataron exactamente igual.
Mi hermana dice que la abuela le contaba cosas y que ella, como bebé, simplemente la escuchaba. No quiero gastar el tiempo en pitorrearme de sus fantasías, pero de los tres nietos, al único que Doña Juana le pudo haber contado cosas y hecho alguna que otra confidencia es a Alejandro. Él era el mayor de nosotros, en 1964 tenía once años mientras que Ma. Alura apenas había alcanzado cuatro.
Cuando se aceptan las imposiciones familiares con tal de no ser excluido, cuando se tiene que ver lo enfermo como si fuera sano y no se puede llamar a las cosas por su nombre porque no se tiene conocimiento de ellas, aunque se estén pagando platos rotos de los errores ancestrales, no queda más remedio que llenar los huecos a través de la locura y el esoterismo es un campo muy abonado para que gente como mamá y mi hermana se sientan iluminadas y eviten el dolor de asumirse como las enfermas mentales que realmente son.

A mamá y las tías, la abuela les ocultó que eran hijas, cada una, de diferente padre. Las hizo pasar por vástagos de un señor Hernández y nunca las ayudó a afrontar el duelo por no saber quiénes fueron sus progenitores y por qué no quisieron estar en sus vidas.
A mis hermanos y a mí se nos ocultó que papá era un enfermo alcohólico, que le pagó a mamá su carrera universitaria, que mamá dio su anuencia para que nunca estuviera en la casa porque así se podía disimular su condición de borracho, que en realidad fue más padre de ella que de nosotros y que toda la vida estuvo resentido porque ni nos aceptaba, ni tuvo chance de ser un verdadero marido.
La hija mayor de mi hermana tiene una herida grande: contempla decepcionada las ideas delirantes que su madre le cuenta acerca del origen de ella y su medio hermana Alejandra. La única realidad es que están aquí, sin pena ni gloria, sin mayores oportunidades ni sitio a dónde voltear.
Una puñalada como la que debió recibir mi madre allá en sus años mozos, me la dio papá antes de morir. Hasta que nació mi hija se le quitaron las dudas respecto a que si yo era realmente suya. Mi bebecita era el vivo retrato de su mamá, la abuela paterna que no conocí. Para él fui la única de los tres en la que sí veía cosas de él, porque con mis hermanos no hubo chance de comprobar si era cierto que los había procreado.

De tal palo, tal astilla. Si mi abuela tuvo tres hijas de diferentes hombres y las hizo pasar por hijas de un solo señor, ¿por qué su hija, o sea mi madre, no iba a repetir la historia? ¿Le dieron chance de saber de alguna otra? Mamá no conoció la bondad, ¿cómo iba a tener misericordia de ninguno de nosotros? Ojalá que eso me sirva para verla con un poco de indulgencia, ¿qué importa ya si la merece o no?
Si en mi mano hubiera estado, no habría tomado de ella ni la vida y con tal de no aceptarle más nada, he sido paria en mi tierra. He puesto los pies en los andurriales que pisó tía Cirenia, dirigí la mirada a los sitios que mi padre conoció. Ahora le toca el turno a la cabeza. Pondré el entendimiento en los libros que arrebataron a mamá, caminaré sobre sus pasos y visitaré los lugares a donde llegó.

martes, 29 de marzo de 2011

Tortuguita

Jornadas de Tía Cirenia



Cuando voy por andurriales
y respiro el aire seco,
inhalo desolación,
exhalo palabras grises
y te siento muy presente,
como si aún te perdieras
en tu propio laberinto.
Azoradas marionetas
contemplan el lodazal.

Tú no llevabas muñecos
ni divertías a la gente;
nadie te daba dinero
ni conseguías qué comer.
A veces no regresabas,
y al estar de nuevo en casa,
me veo retratada en ti.
Azoradas marionetas
contemplan el lodazal.

El creerte acompañada
no te quitaba tristeza,
y al saberme abandonada,
leo tu huella en el camino,
lleno el vacío con distancia,
descifro los pedregales,
e imagino tus delirios.
Azoradas marionetas
contemplan el lodazal.

Este texto se ha transformado. Lo hice canción y quedó la letra así:

Cuando voy por andurriales
y respiro el aire seco,
inhalo desolación,
exhalo palabras grises
y te siento muy presente,
como si aún te perdieras
en tu propio laberinto.

Azoradas marionetas
que no te vieron llorar,
calle arriba, calle abajo, 
contemplan el lodazal.

Tú no llevabas muñecos
ni divertías a la gente;
nadie te daba dinero
ni conseguías qué comer.
A veces no regresabas,
y al estar de nuevo en casa,
me veo retratada en ti.

Azoradas marionetas... (Se repite)

El creerte acompañada
no te quitaba tristeza,
y al saberme abandonada,
leo tu huella en el camino,
lleno el vacío con distancia,
descifro los pedregales,
e imagino tus delirios.

Azoradas marionetas... (Se repite)

Eres parte de ni tierra, 
mi mundo y mi vendaval,
tomé tu llanto y tu risa, 
y los guardé en el zurrón.
En esas noches de frío, 
me siento más hija tuya,
que vástago de mamá.

Azoradas marionetas... (Se repite)







Puré de seres humanos

FLORECITA TRISTE

 

Pagué con soledad este ser ajeno.

Rehusaba someterme a una vida fácil, llena de locura.

Acepté la pobreza, me daba libertad.

No puedo regresar al lugar de donde vengo

y estoy avecindada en el submundo:

no tengo hijos,

ni tengo dios.