Sin lugar a dudas, un
jovencito de secundaria bien podría haber redactado estas líneas. A
esa edad ya hay capacidad para percibir el berenjenal de tonterías
en que están sumergidos los adultos y de qué manera insisten en
seguir viviendo engañados. También acaban por entender que si no
aceptan el orden tal cual, no habrá manera de sobrevivir.
Esto no es obra de la
casualidad, sino de una maravillita que viene funcionando desde hace
dos mil años, o tal vez más. Hoy se le llama ingeniería social y ha logrado, a base de un trabajo sistemático, que el
pensamiento y la conducta de las personas se haga uniforme, hasta el
punto de que creamos, prácticamente, lo que se ponga de moda.
Tres historias clásicas,
cuyo conocimiento es obligatorio para aquellos que se precien de ser
cultos, que nos han sido presentadas por siglos como historias de
amor, en realidad no hablan de otra cosa que de la más brutal
represión: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda y Los amantes de
Teruel.
Símbolos del enamoramiento
y la relación de pareja, en ellas se ponen de manifiesto hechos
verdaderamente atroces.
Comencemos con Los amantes de Teruel. Si las cosas se ven tal cual, los
protagonistas en realidad no fueron amantes. No se tocaron un dedo,
¡nunca hicieron el amor! Juan de Marcilla necesitó morir para que
Isabel de Segura, por fin, le diera el beso que en vida le negó.
Juan e Isabel no
tuvieron problema en aceptar sus respectivos sentimientos, porque
conocieron esa forma de amar que se nos muestra en las terapias como
la forma sana de tener una relación de pareja. Storge, el amor
compañero, fue dueño de la situación cuando los amantes
decidieron, uno, que trabajaría durante 5 años y la otra que le
esperaría ese tiempo.
Pero había otro escollo
para la consumación de esa anhelada boda. Isabel contestó que
contraería matrimonio con él siempre y cuando tuviera la anuencia
de sus padres, lo que motivó que Juan la quisiera aún más, es
decir, había, en los dos, una programación para anteponer, a sus
deseos, su deber para con la autoridad. Esto es algo que Isabel lleva
hasta las últimas consecuencias, porque primero es leal al amado,
luego al padre y después al marido.
De las tres parejas que
motivan estos renglones, Juan e Isabel son los únicos que demuestran
una dosis de pragmatismo, lo suficientemente buena como para darse
cuenta de que la diferencia de niveles económicos era un obstáculo
grande, aunque Eros les dice que quizá no sea del todo insalvable.
Él confió en el padre de la muchacha, que le otorgó el plazo de 5
años para encontrarse con que, en realidad, el trato no fue
respetado, pues casi al punto de que se fue, el padre de Isabel
empezó a plantearle a su hija la posibilidad de que se casara con un
hombre rico que sí era del agrado de la familia.
Antaño se pensaba que en
el corazón no se manda. Hoy se sabe que sí, aunque no por eso deja
de ser la víscera lo suficientemente impulsiva como para meter en
líos al que pille descuidado, pero, a la luz de los conocimientos
que se tienen ahora, se puede apreciar que los amantes de Teruel sí
midieron lo que podía pasarles desde un principio y que tomaron la
decisión de arriesgarse.
Las muertes de Juan de
Marcilla e Isabel de Segura dan pie para pensar en cosas que no están
narradas en la leyenda, pero que pudieron suceder. La sola tristeza
mata. Pero tarda años en hacerlo, a menos que se le ayude, por
ejemplo, con algún veneno.
Sí cabe la posibilidad de
que al ir a despedirse de su amada, estuviera él gobernado por un
deseo de venganza que le hiciera ingerir un bebedizo antes de la
entrevista. El más pintado querría desquitarse si, siendo hidalgo,
se viera tratado como siervo de la gleba. La forma obsesiva de amar
se provoca con el rechazo. El arquetipo Manía tiene aquí su lugar.
Le abre paso a los sentimientos de culpa. Es probable que ella, al
besar el cadáver del que pudo haber sido su esposo, muriera
contaminada.
Romeo y Julieta, de haber sobrevivido a las vicisitudes por las que
pasaron, no habrían ido más allá del primer año de matrimonio.
Él estaba, de acuerdo con su creencia personal, enamorado de una
joven llamada Rosalía, que no daba la más mínima señal de
aceptarlo. Quizá ella sea el único personaje inteligente. Por eso
no tiene un rol tan grande en esta historia, pero es suficiente para
ver que Romeo tenía muy bien desarrollada la forma lúdica de amar.
Sin compromisos de ninguna especie, por la pura emoción y ya.
¡Por eso Julieta le pareció más hermosa que Rosalía! ¿Qué punto de comparación había entre una mujer que no lo aceptaba, contra el adrenalinazo que representó enamorar a una chava perteneciente a la familia enemiga? Hasta para las emociones fuertes, hay que exigir calidad.
Y hay que atizarle a la
leña. Romeo comprende esto a la perfección y compara el amor con la
enfermedad. De él no espera más que frustración, tormento,
descontrol y furia. Julieta, sin saberlo, repara el nudo de la soga.
Empieza a interesarse en su pareja más que en ella misma. Empieza a
dar y a dar y a dar. Llega a ocurrírsele la idea de cambiar su
nombre para dejar de ser una Capuleto. La forma Ágape de ser novia,
esposa o amante, que, compartida con alguien que solo tiene capacidad
de jugar, resulta autodestructiva.
La historia de los amantes de Verona contiene el germen de un síndrome que se conoce en la actualidad como “relación de pareja afectada por la fobia al compromiso”, que ha sido analizado con lujo de detalle por autores como Julia Sokol y Steven Carter; por citar solo a dos.
Es la forma de amar que nos
rige, la más común. La guía para mujeres que quieren orillar a sus
galanes a contraer matrimonio. La biblia de los hombres que buscan
las ventajas de una relación duradera, sin comprometerse a estar al
pie del cañón en las buenas y en las malas. La que contiene más
mentiras acerca de la bondad y el poder del amor. La que engancha a
hombres y mujeres en acuerdos donde mutuamente se hacen daño, porque
cada cual tiene que jugar con cartas bajo la manga.
Tristán e Isolda se conocieron porque él viajó a Irlanda a cumplir
el encargo de su tío de pedir en matrimonio a la princesa y llevarla
a Cornuailles para que se case con el rey. Ella, desde luego, acepta,
pero se siente un tanto desdeñada. El verdadero pretendiente no se
presentó a pedirla, sino que mandó a alguien en su lugar.
Ese disgusto lo percibió
la reina, madre de Isolda y preparó un filtro de amor para que fuera
bebido por su hija y Mark de Cornuailles inmediatamente después de
la boda. De esa manera, Isolda dejaría atrás las suspicacias y
aceptaría de buen grado su nuevo status.
Tales fueron las
instrucciones de la reina madre a la sirvienta Brangania. Administrar
a la princesa y su marido una sustancia que provoca el estado
alterado de conciencia, Eros y Manía estimulados de manera
artificial, para consumar, más que una unión hombre-mujer, la
perpetuidad del orden.
Por un error de Brangania,
el bebedizo lo ingiere el hombre equivocado y se inicia, primero, la
gran pasión de Tristán e Isolda y después de celebrada la boda con
Mark de Cornuailles, una sucesión de engaños. Isolda nunca
compartió en realidad el lecho con su esposo, sino que puso a la
sirvienta a que cumpliera con ese deber, hizo juramentos con tal
inteligencia que durante mucho tiempo el rey creyó en su fidelidad,
pese a que era obvio, para todos los demás, la cornamenta que
cargaba Su Majestad.
En esta historia ya hay
presencia de doble moral, aportación de la nobleza derrotada por el
pujante orden burgués. También se muestra la degradación que le
espera a la gente que no se alinea con el orden, algo así como una
versión antigua de lo que sufren ahora quienes no comparten los
valores del establishment.
Los amantes, descubiertos
al fin y al cabo, fueron condenados a morir en la hoguera. Entonces,
los leprosos pidieron al rey que Isolda les fuera entregada para
vivir con ellos en sus casas y atender, en calidad de mucama, a todos
esos seres deformes, lacrados y pestilentes, a quienes también
tendría que servirles como mujer. Cualquier semejanza con la
convivencia en los actuales grupos de autoayuda, es mera coincidencia.
A pesar de todo, hay
algunos arquetipos amorosos que
aparecieron cuando Tristán rescató a su amada de los leprosos y la
llevó consigo al bosque. Ágape y Storge hicieron de las suyas y la
vida transcurrió apacible hasta que terminó el efecto del filtro
amoroso y el rey perdonó a Isolda, quien volvió a palacio a ocupar
su posición de reina, mientras que Tristán se tuvo que ir
desterrado.
En este final, la sustancia
enajenante juega el papel de salvadora. Tristán e Isolda jamás
tuvieron que asumir que se quisieron y que dejaron de hacerlo, sino
que obedecieron al influjo de algo que resultó superior a sus
voluntades. El alcohol y las drogas son
la versión moderna de los filtros de amor.
La misma ingeniería que
recreó esas historias ya existentes en la tradición europea, nos ha
ofrecido una luz para examinar de qué manera las ha utilizado en su
provecho. Esa lámpara ha sido la psicología social, en la que se distinguen seis formas arquetípicas de
comportamiento amoroso: Ludus, Storge, Eros, Ágape, Manía y Pragma.
Seis formas arquetípicas de las que no parece posible saltar a una
comunicación de verdad generosa y directa.
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