miércoles, 18 de julio de 2012

Bellas historias de amor


Sin lugar a dudas, un jovencito de secundaria bien podría haber redactado estas líneas. A esa edad ya hay capacidad para percibir el berenjenal de tonterías en que están sumergidos los adultos y de qué manera insisten en seguir viviendo engañados. También acaban por entender que si no aceptan el orden tal cual, no habrá manera de sobrevivir.

Esto no es obra de la casualidad, sino de una maravillita que viene funcionando desde hace dos mil años, o tal vez más. Hoy se le llama ingeniería social y ha logrado, a base de un trabajo sistemático, que el pensamiento y la conducta de las personas se haga uniforme, hasta el punto de que creamos, prácticamente, lo que se ponga de moda.

Tres historias clásicas, cuyo conocimiento es obligatorio para aquellos que se precien de ser cultos, que nos han sido presentadas por siglos como historias de amor, en realidad no hablan de otra cosa que de la más brutal represión: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda y Los amantes de Teruel.

Símbolos del enamoramiento y la relación de pareja, en ellas se ponen de manifiesto hechos verdaderamente atroces. 



Comencemos con Los amantes de Teruel. Si las cosas se ven tal cual, los protagonistas en realidad no fueron amantes. No se tocaron un dedo, ¡nunca hicieron el amor! Juan de Marcilla necesitó morir para que Isabel de Segura, por fin, le diera el beso que en vida le negó.

Juan e Isabel no tuvieron problema en aceptar sus respectivos sentimientos, porque conocieron esa forma de amar que se nos muestra en las terapias como la forma sana de tener una relación de pareja. Storge, el amor compañero, fue dueño de la situación cuando los amantes decidieron, uno, que trabajaría durante 5 años y la otra que le esperaría ese tiempo.

Pero había otro escollo para la consumación de esa anhelada boda. Isabel contestó que contraería matrimonio con él siempre y cuando tuviera la anuencia de sus padres, lo que motivó que Juan la quisiera aún más, es decir, había, en los dos, una programación para anteponer, a sus deseos, su deber para con la autoridad. Esto es algo que Isabel lleva hasta las últimas consecuencias, porque primero es leal al amado, luego al padre y después al marido.

De las tres parejas que motivan estos renglones, Juan e Isabel son los únicos que demuestran una dosis de pragmatismo, lo suficientemente buena como para darse cuenta de que la diferencia de niveles económicos era un obstáculo grande, aunque Eros les dice que quizá no sea del todo insalvable. Él confió en el padre de la muchacha, que le otorgó el plazo de 5 años para encontrarse con que, en realidad, el trato no fue respetado, pues casi al punto de que se fue, el padre de Isabel empezó a plantearle a su hija la posibilidad de que se casara con un hombre rico que sí era del agrado de la familia.

Antaño se pensaba que en el corazón no se manda. Hoy se sabe que sí, aunque no por eso deja de ser la víscera lo suficientemente impulsiva como para meter en líos al que pille descuidado, pero, a la luz de los conocimientos que se tienen ahora, se puede apreciar que los amantes de Teruel sí midieron lo que podía pasarles desde un principio y que tomaron la decisión de arriesgarse.

Las muertes de Juan de Marcilla e Isabel de Segura dan pie para pensar en cosas que no están narradas en la leyenda, pero que pudieron suceder. La sola tristeza mata. Pero tarda años en hacerlo, a menos que se le ayude, por ejemplo, con algún veneno.

Sí cabe la posibilidad de que al ir a despedirse de su amada, estuviera él gobernado por un deseo de venganza que le hiciera ingerir un bebedizo antes de la entrevista. El más pintado querría desquitarse si, siendo hidalgo, se viera tratado como siervo de la gleba. La forma obsesiva de amar se provoca con el rechazo. El arquetipo Manía tiene aquí su lugar. Le abre paso a los sentimientos de culpa. Es probable que ella, al besar el cadáver del que pudo haber sido su esposo, muriera contaminada.



Romeo y Julieta, de haber sobrevivido a las vicisitudes por las que pasaron, no habrían ido más allá del primer año de matrimonio.  Él estaba, de acuerdo con su creencia personal, enamorado de una joven llamada Rosalía, que no daba la más mínima señal de aceptarlo. Quizá ella sea el único personaje inteligente. Por eso no tiene un rol tan grande en esta historia, pero es suficiente para ver que Romeo tenía muy bien desarrollada la forma lúdica de amar. Sin compromisos de ninguna especie, por la pura emoción y ya.

¡Por eso Julieta le pareció más hermosa que Rosalía! ¿Qué punto de comparación había entre una mujer que no lo aceptaba, contra el adrenalinazo que representó enamorar a una chava perteneciente a la familia enemiga? Hasta para las emociones fuertes, hay que exigir calidad.

Y hay que atizarle a la leña. Romeo comprende esto a la perfección y compara el amor con la enfermedad. De él no espera más que frustración, tormento, descontrol y furia. Julieta, sin saberlo, repara el nudo de la soga. Empieza a interesarse en su pareja más que en ella misma. Empieza a dar y a dar y a dar. Llega a ocurrírsele la idea de cambiar su nombre para dejar de ser una Capuleto. La forma Ágape de ser novia, esposa o amante, que, compartida con alguien que solo tiene capacidad de jugar, resulta autodestructiva.

La historia de los amantes de Verona contiene el germen de un síndrome que se conoce en la actualidad como “relación de pareja afectada por la fobia al compromiso”, que ha sido analizado con lujo de detalle por autores como Julia Sokol y Steven Carter; por citar solo a dos.

Es la forma de amar que nos rige, la más común. La guía para mujeres que quieren orillar a sus galanes a contraer matrimonio. La biblia de los hombres que buscan las ventajas de una relación duradera, sin comprometerse a estar al pie del cañón en las buenas y en las malas. La que contiene más mentiras acerca de la bondad y el poder del amor. La que engancha a hombres y mujeres en acuerdos donde mutuamente se hacen daño, porque cada cual tiene que jugar con cartas bajo la manga.

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Tristán e Isolda se conocieron porque él viajó a Irlanda a cumplir el encargo de su tío de pedir en matrimonio a la princesa y llevarla a Cornuailles para que se case con el rey. Ella, desde luego, acepta, pero se siente un tanto desdeñada. El verdadero pretendiente no se presentó a pedirla, sino que mandó a alguien en su lugar. 

Ese disgusto lo percibió la reina, madre de Isolda y preparó un filtro de amor para que fuera bebido por su hija y Mark de Cornuailles inmediatamente después de la boda. De esa manera, Isolda dejaría atrás las suspicacias y aceptaría de buen grado su nuevo status.

Tales fueron las instrucciones de la reina madre a la sirvienta Brangania. Administrar a la princesa y su marido una sustancia  que provoca el estado alterado de conciencia, Eros y Manía estimulados de manera artificial, para consumar, más que una unión hombre-mujer, la perpetuidad del orden.

Por un error de Brangania, el bebedizo lo ingiere el hombre equivocado y se inicia, primero, la gran pasión de Tristán e Isolda y después de celebrada la boda con Mark de Cornuailles, una sucesión de engaños. Isolda nunca compartió en realidad el lecho con su esposo, sino que puso a la sirvienta a que cumpliera con ese deber, hizo juramentos con tal inteligencia que durante mucho tiempo el rey creyó en su fidelidad, pese a que era obvio, para todos los demás, la cornamenta que cargaba Su Majestad.

En esta historia ya hay presencia de doble moral, aportación de la nobleza derrotada por el pujante orden burgués. También se muestra la degradación que le espera a la gente que no se alinea con el orden, algo así como una versión antigua de lo que sufren ahora quienes no comparten los valores del establishment.

Los amantes, descubiertos al fin y al cabo, fueron condenados a morir en la hoguera. Entonces, los leprosos pidieron al rey que Isolda les fuera entregada para vivir con ellos en sus casas y atender, en calidad de mucama, a todos esos seres deformes, lacrados y pestilentes, a quienes también tendría que servirles como mujer. Cualquier semejanza con la convivencia en los actuales grupos de autoayuda, es mera coincidencia.

A pesar de todo, hay algunos arquetipos amorosos que aparecieron cuando Tristán rescató a su amada de los leprosos y la llevó consigo al bosque. Ágape y Storge hicieron de las suyas y la vida transcurrió apacible hasta que terminó el efecto del filtro amoroso y el rey perdonó a Isolda, quien volvió a palacio a ocupar su posición de reina, mientras que Tristán se tuvo que ir desterrado.

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En este final, la sustancia enajenante juega el papel de salvadora. Tristán e Isolda jamás tuvieron que asumir que se quisieron y que dejaron de hacerlo, sino que obedecieron al influjo de algo que resultó superior a sus voluntades. El alcohol y las drogas son la versión moderna de los filtros de amor.

La misma ingeniería que recreó esas historias ya existentes en la tradición europea, nos ha ofrecido una luz para examinar de qué manera las ha utilizado en su provecho. Esa lámpara ha sido la psicología social, en la que se distinguen seis formas arquetípicas de comportamiento amoroso: Ludus, Storge, Eros, Ágape, Manía y Pragma. Seis formas arquetípicas de las que no parece posible saltar a una comunicación de verdad generosa y directa.


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