domingo, 17 de abril de 2011

FUROR UTERINO

             I


-Adriana, ¿de veras la crees tan mala? ¿Qué madre enseñaría por su voluntad a su hija métodos de autodestrucción? ¿Qué mujer querría responder ante su hija por haber hecho eso?

“Eso”, se refiere a ponerle los cuernos al marido con un gringo alcohólico que todo lo quería pagar con clases de inglés, ¡por supuesto que ninguna madre quiere responder! Es más fácil decir que la hija es golfa.

Qué casualidad que cuando el gringo le decía a Ma. Alura que estudiara y la comparaba conmigo, mi hermanita se ponía roja y se quedaba callada. De repente, mamá ya me estaba sermoneando:

-¿Tan decepcionada estás de la vida para enredarte con semejante viejo poshco? ¡Tiene halitosis!

Y describía detalladamente cómo tenía cada muela. Aquella cavidad bucal me era presentada como un enorme cráter pestilente de donde brotaban pus y toda clase de miasmas.

 A los diez años de edad, no había tenido tiempo de decepcionarme de la vida, pero ya me estaba decepcionando de mamá.

-¡Marilú te vio, cómo el viejo te agarraba la mano por debajo del libro! ¡Con razón la pobre no adelanta!

Yo trataba de recordar y por más esfuerzos que hacía no me venía a la mente en qué momento el viejo poshco me había tomado la mano. Las recriminaciones se terminaron cuando mamá terminó de curarle la boca. También se acabaron las clases de inglés.



II


El profesor Javier y José Alberto coincidieron en que dejar a mi madre no me sirvió de nada porque, el ex galán lo dijo más claramente:

-De todos modos, eres lo que ella quiso, una mujer sola y además acomplejada. ¡No estás al servicio de nadie!

 Cuando tenía doce años, estuve a punto de romperle un brazo; pero a mi mami. El antedicho gandul entró a mi vida más tarde y salió con una camisa rota y la cara cuadriculada.


-Mira, Adriana, si te vuelvo a ver discutiendo con tu hermano, a ti te voy a pegar.

-¡Pero me estaba insultando!

-¡Aguántese! Las mujeres decentes no contestan insultos. No tiene caso, hija, si les contestas, los hombres se saben muchas groserías; nunca los vas a derrotar y sólo vas a quedar como una pelleja.

-¿Qué quiere decir pelleja?

-Búscalo en el diccionario.


Dos años después, a los catorce, mamá me llevaba de remolque a varios sitios donde se reunía gente con pretensiones de religiosos y espirituales; uno de esos lugares, era un templo pentecostal; allí había, entre los “hermanos”, dos mujeres, madre e hija, ambas vestidas de negro. Casi podría decirse dos monjas. Era difícil distinguir cuál era la hija porque se veían de la misma edad, o más bien, costaba trabajo creer lo que decían los miembros de la comunidad, que esas “hermanas” eran madre e hija.

Mi madre me hacía que la acompañara para contra atacar o quizá contra acatar mi rebeldía. Un domingo, rechacé la “limpia” que me ofrecía un hermano de los gringos que de repente llegaban, y ella me reprendió:

-No me conoces, mamá, tú, en realidad, no me conoces. Y casi me le voy a golpes. Me acababa de dar cuenta de qué era lo que realmente quería que fuéramos las dos.

En ese grupo de protestantes había un hombre joven, profesor de primaria, que debe haber tenido unos veinticinco años y empezó poco a poco a acercarse, primero, diz que a prestarme su Biblia para indicarme qué texto se estaba leyendo y después eran invitaciones a comer, hasta que una tarde, al salir del oficio religioso, nos invitó al cine. Sí debe haber tenido intenciones serias, puesto que siempre estuvo dispuesto a cargar con mi madre y se dirigía a ella para cualquier convite que nos quisiera hacer. Al negociar los paseos, a mí parecía ignorarme pero después se desvivía en atenciones; lo veía como un tipo agradable, pero raro.

Aquella tarde, mamá le dijo que con mucho gusto iríamos al cine después de la reunión espiritual a la que acudíamos todos los domingos cuando acababa el culto. Aceptó acompañarnos.

Los integrantes de ese otro grupo, llamaban “tenida” a la sesión. El dirigente se autonombraba Raynar y decía ser re-encarnación de Leonardo Da Vinci. Cuando le explicaron al infortunado pretendiente los requisitos “para venir al conocimiento”, de inmediato enarboló su Biblia y dijo: “El conocimiento está aquí”, se levantó y se fue.

Después de eso, seguimos yendo con los pentecostales, pero él ya nunca más se acercó. Mamá decía que se me quedaba mirando con ojos de “cómo se equivoca uno en la vida”. Hoy, treinta y cuatro años después, creo que la verdadera razón que tuvo ese hombre para alejarse, es que no le pareció que mi madre lo haya llevado con ese señor Raynar, y, sensatamente, se echó para atrás ante la idea de tener que hacer labor de proselitismo. El nada más buscaba una esposa, no demonios qué exorcizar, y menos si tales diablos habitaban la cabeza cochambrosa de la suegra.

Si el haberme separado de mi madre nada más sirvió para que no le diera un mal golpe ni fuera a dar a la cárcel por lesionarla o matarla, ya sirvió de algo, aunque los hombres, y quienes sean, digan lo contrario.



III



                                                                                                              Y nunca fui casadera,
casada y casamentera;
                                                                                                              pues me tenían por primera
                                                                                                              que ingresó en el asador.

                                                                                                      Sor Guanga


En el negocio de Silvia nos reunimos cada semana para lavar la ropa; pero también para conversar. El bla, bla, bla entre mujeres es tan vital que, aún teniendo lavadora en casa, estamos ahí puntuales, dispuestas a pagar el alquiler de una máquina. Se pone tan buena la plática, que no prestamos atención a los clientes masculinos que prefieren dejar su ropa por encargo; en terreno femenino, ni chance de mascullar. Cuando estamos tres mujeres o más, ponen cara de “qué enrarecido está el aire”. El día que hablábamos de que en muchos lugares del mundo todavía venden a las niñas, el muchacho que llegaba dijo “Vengo al rato”, y huyó como flatulencia. Pero es verdad. Todavía hay países donde matan a las bebitas si la familia no va a tener para dar la dote y casarla. (Se debería de escribir con z) Eso no está en el pasado ni lejos de la Ciudad de México.


Tenía diez años y una señora libanesa, paciente de mamá, me  echó el ojo para esposa de su hijo, muchacho apuesto, pero con veinte de edad. No supe que tenía esa oferta, hasta que a los diecisiete, en los preparativos para el bautizo de mi niña, mamá empezó a fastidiar con los maridos que pude haber tenido.

-Cuando ustedes andaban de juilonas, muchos amigos de Alejandro las quisieron conocer. Hasta se pelearon con él. Octavio Valderrama, un doctor muy prestigiado, me decía de organizar un paseo a Tequesquitengo para que ustedes y sus hijos se conocieran. Nada más le dije “mis hijas están muy chicas, no les interesa eso”, ¡buscando cómo salir del atolladero!

-Ay, mamá, eso de que no nos interesaba, ni tú te lo creías; podrías haberle dicho la verdad.

-¿Qué le decía? ¿Qué mis hijas son unas putas?

-Podrías haberle dicho que ya teníamos novio, era más fácil.

-¡Novio! ¡El hijo del doctor sí hubiera sido un novio! ¡Ese hombre es dueño de un yate y tiene tres casas! ¿Qué crees que sentí cuando me dijo que los dos muchachos ya estaban comprometidos?

-Bueno, ¿y qué querías? Tú no dejaste que nos conociera.

-¡Pero cómo iba a dejar! ¡Si hasta vergüenza da presentarlas!

Como todas esas historias las machacaba a cada rato, mis oídos estaban hechos cachaza. Por una me entraba y por la otra me salía, hasta que la libanesa, madrina de bautizo de mi hija, me confirmó que la intención de negociar mi matrimonio con su hijo, sí había sido cierta.

-Le agradezco, pero ya ve, eligió a una mujer que es muy diferente a mí. No tengo el físico que a él le gusta.

-Eso no importa. Manolo hubiera hecho lo que le ordenara.

Si mamá no quería que nadie de ellos nos conociera y ya los había largado, ¿para qué decirme? Fue su manera de avisar que nunca permitiría que Ma. Alura ni yo contrajéramos nupcias.

No creo en muchas de las libertades de hoy en día, y menos las referentes al matrimonio. El requisito de la virginidad puede ser que se pase por alto si hay dinero de por medio, o se tiene una respetable capacidad de seducción a la hora de negociar. ¡Claro! No debe haber hijos ni cosa alguna que delate la condición de señora sin marido; pero lo que es imprescindible, inapelable, es que una le guste a la madre de él.

Dicen por ahí que la ropa sucia se lava en casa, para nosotras, estar con Silvia es estar en casa. Así nos hace sentir. Los rostros de todas estaban ensombrecidos cuando terminé de hablar. A mi mamá le faltó habilidad para ver a futuro.

2 comentarios:

  1. Querida Adri, ayer te intenté comentar aquí la impresión de éste genial relato tuyo, por lo que veo no se ha publicado, pese a que yo le di "intro" voy a ver si ahora tengo más suerte: te decía que ME ENCANTO descubrir tu literatura, tu fina ironía y tu pulidísimo estilo. ¡¡¡¡Sencillamente GENIAL!!! Y te preguntaba que si los dibujos eran tuyos, ¡¡pues me encantan y son muy llamativos!!!

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  2. ¡Santo Dios! Tampoco a mi me aparece mi primer comentario, a ver si con éste tengo suerte. Te decía que los dibujos no son míos, son de enfermos de esquizofrenia. Los tomé de una galería que estaba en una institución que daba consulta a familiares e hijos de esquizofrénios. Mi madre y una de sus hermanas fueron diagnosticadas con esa enfermedad.

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