viernes, 20 de marzo de 2015

De convivir con los hombres, eugenesia y algo más.

I

Cuatro años más y cumpliré sesenta, si no me muero antes, y aún no estoy segura de hasta qué punto de verdad es buena la ilusión de casarse. Soy nieta de una mujer que tenía dos hijas, cada una de diferente padre, pero que “se encontró un buen hombre”, que se casó con ella y le reconoció a sus criaturas.

En un acto de tomarse el pie cuando le dieron la mano, se embarazó de la que años después llegaría a ser madre de mis hermanos y yo. En otras palabras, gracias a una señora zonza que disfrazó de agradecimiento su falta de previsión, hubo una mujer que dio a luz a tres niños que disfrutaron de una infancia de órdago, en este valle de lágrimas.

En el ajetreo del metrobús he alcanzado un asiento. Es buen lugar para observar a la gente, absorta en sus teléfonos y sus tablets. En realidad no se nota quiénes de todos nosotros, los que viajamos en este momento, no deberían habitar este mundo. 

Quizá el impulso de dar la vida no pueda ser sometido, pero, ¿qué determina que algunos seres salgan ineptos para vivir? Digo, si vivir puede llamarse a este caos vertiginoso que es el ritmo de una ciudad.




II

Años estuve sin entender la inercia de mi madre y mis tías para que la estirpe no se acabara, al grado de que mamá permitió que mi primo entrara y saliera de casa a horas en que me dejaba sola para irse a trabajar.

Hoy, al observar la vida familiar de un vecino, he podido comprender por qué a veces, los hombres, aceptan en sus vidas a mujeres con hijos. Ese chiste que habla de un señor que era tan flojo que se casó con una mujer que ya estaba embarazada, cobra sentido cuando un divorciado quiere retomar su familia en el punto en que se quedó al momento de la separación.

Procedo a explicarme: mi vecino tenía una esposa, con la que procreó una niña. Cuando la pequeña alcanzó los seis años de edad, mi vecino y su mujer comenzaron a pelear. Después de muchos tiras y aflojas en los que hubo una separación temporal, ella terminó por irse definitivamente y, a los pocos meses, Don Isidro era visitado por otra mujer, de un físico opuesto al de sus esposa. Morena y con un niño de seis años, se instaló a vivir con él. 

Poco a poco se le notó que estaba preñada, Tanto la señora como su marido negaron el estado de gravidez cuando les pregunté. Quizá estemos ya cada vez más cerca de una realidad como la de China, en la que es delito tener más de un hijo y todavía falta ver cómo se le trata, que eso es harina de otro costal. Ella me dio pena ajena por disponerse alegremente a tener otro vástago, a pesar de que el primero tiene problemas de aprendizaje y no fue admitido en ninguna escuela. 

Es verdad que todos hemos creído que necesitamos mentir en algunos momentos; también es verdad que a mi qué me importa quién de mis vecinas esté embarazada; pero, por lo menos, quienes mienten deberían preocuparse por hacerlo con un poquito de eficacia, después de todo, eso es lo que nos da la reputación de sinceridad.

El Niño Chípil de La Señora Gorda que no Estaba Embarazada, se convirtió en uno de los personajes entrañables de mi vecindario, pero al padre de la nueva familia no parecía importarle eso. Tampoco le hacía mella que supiéramos que dieciséis años atrás tuvo una hija a la que abandonó y ocultó; que la esposa que tuvo inmediatamente antes de esta señora gorda, con justa razón, no quiso volverse a embarazar y lo dejó; que tuvo una perrita a la que trataba peor que sus calzones y cuando se percató de que uno de nosotros la íba a adoptar, le amarró el cuellito con un lazo y la fue a tirar por ahí, aunque nos haya dicho que la devolvió al sitio de donde se la regalaron. 

Hoy tiene, de nueva cuenta, a la familia que tenía antes de su divorcio, y además, lo que deseaba. En otras palabras, en su casa hay una mujer, una criatura y otro bebé.