martes, 12 de diciembre de 2023

MAREJADA

 

(Canción por Adriana Salas. Basada en imágenes

de los poemas del libro “Anciana Inclemente”

de R.T. Gama.)

 

De medianoche a laudes

murciélagos por doquier

escuchaban sus historias

de una anciana sin piedad

que merodeaba en el día,

le sonreía por saludar.

 

Le removió las escorias

guardadas en el desván

con esos ladrillos crudos

llenos de espera, huecos de amor.

Cantaba con su faena

unas palabras de tentación:

 

Vive más de lo esperado,

el Ave Horrenda no está,

yo te espantaré al Cangrejo

y tú busca con quién hablar.

 

Hay cuadras de dos minutos

para que salgas a chacharear

no vayas con tus amigos,

¡tristes guiñapos! Hacen llorar.

 

Vámonos muriendo todos,

que están enterrando gratis,

¿qué sigue de medianoche?

¡Pues música con un laúd!

 

El canto de los  jilgueros

en aquel árbol que puedes ver

te dice que ese es tu mundo

porque este mundo, ¡se te acabó!


Y la Ancianita Inclemente

contempla aquel ataúd

adentro viene el poeta

cuya sombra no borrará.

Alguien habrá que se ría

porque finge su dolor.

 

Coros de ángeles y ninfas

le cantan esta canción;

se la compuso una anciana

que de joven lo abrazó.

Sucariño daba un fruto

que en copla se convirtió.

 

Qué marejada es la vida,

agitación sin cesar,

dirigimos una tabla

por el oleaje del pensar.

 

Sentimos que nos anima

una certeza  de eternidad,

queremos que no termine

y dure por siempre la humanidad.

 

(Se repite)

Vámonos muriendo todos,

que están enterrando gratis,

¿qué sigue de medianoche?

¡Pues música con un laúd!

 

El canto de los jilgueros

en aquel árbol que puedes ver

te dice que ese es tu mundo

porque este mundo, ¡se te acabó!



 

 

martes, 26 de septiembre de 2023

CARTA ABIERTA AL PROFESOR RAUL EUGENIO TELLEZ GAMA.

 

“… Que un viejo amor
no se olvida ni se deja.
Que un viejo amor,
de nuestro alma sí se aleja
pero nunca dice adiós.”

Alfonso Esparza Oteo y

Adolfo Fernández Bustamante.

 

Ciudad de México, a 28 de Septiembre de 2023

Muy querido Raúl:

A finales de Julio supe que ya estabas por cumplir dos años de fallecido.  La noticia me cayó como patada en el estómago. Me sorprendió que me hiciera una mella tan grande porque hace ya cuarenta y seis años que diste por terminado nuestro noviazgo, después de un aborto sensacional.

Como verás, lo sarcástica no se me ha quitado ni creo ya que se me vaya a quitar. Tampoco aspiro a dejar la mordacidad. Lo curioso es que ese moquete perpetrado para ti cuando éramos jóvenes, ¡me lo he llevado yo! Quise castigarte con aquel telegrama que te mandé firmado con el pseudónimo “Alma Sonia Zárate” en el que te avisaba que “Adriana murió”.  Hiciste bien en limitarte a investigar en qué oficina fue puesto. Aún funcionaba la SCOP. Hoy es un elefante blanco. Ni lo demuelen, ni se ha vuelto a abrir.



De verdad estoy sorprendida. A pesar del medio siglo que ha pasado de no tener relación contigo la noticia me dolió. ¡Me duele muchísimo que ya no estés en el mundo! Me duele a sabiendas de que si vivieras no me querrías ni ver. También fue una sorpresa que me hayas admitido de contacto en tu Facebook. Gracias por ese lustro en que viste mis publicaciones aunque jamás hayas puesto comentarios ni reacciones. Tampoco yo puse algo cuando vi esa foto familiar en donde apareces en medio de todos, de pantalón de mezclilla, huaraches y camiseta, con unas barbas espantosas que te llegaban a la cintura. Qué bueno que te las afeitaste. No te quedaban aunque hayas sido un hombre alto. Tu estilo hippie fue desastroso; lo yuppie siempre te estuvo mejor.

Me di cuenta de que te borraste de mis contactos cuando empezó la “pandemia” del COVID. Era de esperarse. Fue justo cuando puse una portada que decía “Vacúnate tú, vil Gates”.  Lo rebelde igual me lo llevo a la tumba.



Ahora mismo me viene a la mente el recuerdo de cuando te dije “Estoy embarazada”. Después de una pausa pregunté “¿Qué te preocupa?” y tu respuesta fulminante: “Me has dado una noticia y me doy cuenta de que no podemos seguir juntos porque no respetas ningún tipo de autoridad”. Pero algo que me dio el tiro de gracia fue cuando me dijiste, después del aborto, “Piensa, porque ya hubiera nacido, ¿qué harías tú con un hijo?” Abrigo todavía mis dudas acerca de que me mereciera esos arponazos. Fuiste injusto.

Igual recuerdo un día que llegué a la casa y escuché a mi tía y mi padre platicando acerca de nosotros dos. Las palabras de mi padre fueron contundentes; desde la cocina me llegó como un mazazo: “Yo no creo. ¡Un tipo tan dogmático! ¡Y ésta que también tiene su genio!”

Tendrías que haber oído la de cosas que me gritaron cuando les dije que te había contado la verdad: Minerva era mi hija. Yo era una madre soltera y te lo dije desde un principio porque tenías derecho a saber, a decidir si seguías conmigo o ya no.



Y justo ahora aparece un recuerdo más: tu pregunta “¿Por qué me aceptaste?” me lleva al tiempo y lugar en que nos conocimos. En esos ayeres gozaba de una inestabilidad emocional que asustó a más de uno, ¿cómo fue que no saliste despavorido? Lo deberías haber hecho. En plena cola de la oficina de gobierno estaba llorando y en respuesta a la atención que tuviste de preguntarme si me podías ayudar en algo, ¡te contesté que qué te importaba y que te largaras! Al ver cómo te ibas alejando te llamé, ¡y regresaste! Un hombre sano, sensato e inteligente en tu lugar, no hubiera volteado ni para mentarme la madre. Pero regresaste, nos hicimos novios, supiste por mi boca que yo no tenía el perfil que tus padres te habían dicho que debía tener la elegida para esposa, ¡y desperdiciaste otra buena oportunidad de alejarte sin que saliéramos raspados! También yo debería haber preguntado entonces “¿Por qué continúas conmigo?”.

La respuesta me llegó cuando vi la foto donde apareces barbado, sentado en una silla con piernas y brazos abiertos. Eras el centro de todo el cuadro y tus seres queridos asomados por debajo de los brazos o cuando mucho, encima sacando únicamente la cabeza. Ni tu esposa estaba al lado tuyo, en una posición de igual a igual; todo mundo subordinado y tú ahí, como acostado sobre ellos, como un pater familiae  judeo romano.

En mi niñez y juventud estaba tan agobiada por los problemas de la casa que no me daba cuenta de que con esos accesos de llanto que tenía en la calle y otros lugares públicos estaba jugando un papel de víctima y con ello me atraía a pura gente rescatadora. Eso fuiste en realidad y en aquellos años no lo sabía pero ahora ya sé que el rescatista no se aleja sin haber sacado una ventaja.

Y aquí viene lo de la profecía auto cumplida que regulaba todos mis actos. Mi hija entonces tenía tres primaveras y ese era el lapso que llevaba escuchando de la familia que una mujer como yo es p’a la zopilotera, que no era buena madre, que no ganaba lo suficiente, en resumidas cuentas, hiciera lo que hiciera para mi gente era una inservible.



Me arrepiento más de haber sido yo quien dijo que deseaba las relaciones sexuales, que del aborto. Inmediatamente después de que abrí mi bocota contigo me sentí y me siento hasta la fecha como una gran burra. El ramo de flores y los versos que llevaste no me quitaron el prurito de estarle dando vueltas a lo mismo: “¡Ay Dios mío!  ¿Para qué hablé?”

Y a esa tal profecía auto cumplida le debes todas y cada una de las groserías que recibiste de mí. Simplemente, me parecía que tener un novio que me regalara tantas flores y me dedicara versos era demasiado bonito para ser cierto. ¡Ya había comprado el boleto de que mi persona “es p’a la zopilotera” y no merecía reconocimiento ni retribución!

Me bebí cada una de tus letras y pude sentir la tenaza del cangrejo pellizcándote las entrañas. Cuando leí “Antesala” investigué a qué enfermos de cáncer les colocan una sonda como parte del tratamiento; así supe que se los hacen a quienes tienen cáncer de próstata, esofágico, de pulmón o de vesícula. Hay otro más pero no importa cuál de esos haya sido tu cáncer. Lo lamento igual.



Sentí en carne propia tu dolor al leer las complicaciones que sufre un paciente con sonda. Me consternó deducir la agonía tan dolorosa que tuviste pero la fecha de tu muerte me llenó de estupor: ¡28 de Septiembre de 2021!

Ese mismo día, pero de 1977 pagabas los honorarios del médico que interrumpió mi embarazo por convenir así a tus intereses. Mientras tanto yo estaba ahí, en la plancha, reponiéndome de la anestesia  por cobarde. Tenía que haberte implorado por su vida pero esas súplicas se hicieron piedra en mi boca.

Me escuece la cuota enorme de dolor que la vida te exigió por lo que no quisiste hacer. Yo empecé a pagar de inmediato: el primer abono, tragarme tus muestras de rechazo. Después ocho largos años de una dismenorrea galopante, mes con mes con mes con mes hasta que sola desapareció. Y los intereses, en forma de una tristeza que tengo desde aquel día y que ya no puedo seguir disfrazando de enojo.

Raúl mío, es bien cierto que no lo hice de la manera más sana, pero te amé. Creo que lo sigo haciendo. Fuiste el amor de mi vida y necesité saberte muerto para poderlo entender.

Escribo esta carta porque ya no quiero sentir tu presencia. ¡Aunque me sienta acompañada no quiero que sigas rebotando del hombro izquierdo al derecho como si fueras pelota! ¡Ya no eres de este mundo y en vida no quisiste compartirme ni tu tiempo ni tu espacio! ¡Vete en paz o vete en guerra! ¡Como te tengas que ir, pero ya vete! Tienes un camino que transitar y ahí no cabemos los dos.

Sinceramente:

Adriana.