lunes, 16 de mayo de 2011

Ayer y hoy

La vecindad es el sucedáneo de la cárcel, por eso da tanta vergüenza vivir ahí. La gente niega el pasado tortuoso y barriotero del mismo modo que nuestros abuelos ocultaban su origen de campo y pueblerino.

            En mi niñez, la pobreza era algo que pertenecía a la azotea, allí  vivían las sirvientas. Un día, Ma. Alura y yo nos acordamos de algunas que ya se habían ido, entonces, mamá entró furiosa a nuestra recámara:

-¡Aquí no se vuelve a hablar de las criadas! ¡No son de la familia! ¡Gata que se largó, es gata muerta! ¿Lo oyeron?

            Ma. Alura dijo en seguida “sí, mamá”, yo me quedé mirando  la escena y mamá me gritó: “¿Lo  oíste tú también?” “Sí”, dije para mis afueras, pero para mis adentros, decidí que si ella las quería olvidar era su bronca. Después de todo, a través de ellas pude entender qué es la pertenencia al género femenino.

            Recuerdo a Rosa. Tenía el pelo largo, hasta la cintura y se hacía una trenza y un copete. Era vivaz y bromista. Sabía algunos trucos de ilusionismo; hoy se que era magia, porque he estado en contacto con magos, pero a los siete años fue un prodigio ver a Rosa quitarse la lengua y volvérsela a poner.

            A mamá le complacía que Rosa pudiera controlarnos. Para ella, nada más era “la única gata que había podido con estas chamacas”, y la premió regalándole un sweater; dos meses después se lo arrebató mientras le daba dos cachetadas y la corría por ladrona.

            Pasaron algunos meses. La expresión asustada de su cara mientras decía “Por Dios Santito, señora, que yo no fui”, mientras besaba la señal de la cruz, había desaparecido de mi mente. Un domingo, a fuerza de mucho insistir, logramos que papá y mamá nos llevaran al cine. Al regresar, Alejandro se adelantó pero al intentar abrir, la puerta cedió. Mi hermano dijo, asustado, “¡Robaron!” Mamá y papá entraron precipitadamente. Ma. Alura y yo lo hicimos después. Había desorden y faltaba la televisión junto con toda la ropa de mamá.

            Lo que tiene esto que ver con el hecho de que hoy viva en vecindad, es que descubro que tengo una lealtad invisible a las criadas; puede ser que hasta envidia. Las sirvientas eran pobres, pero tenían libertad, podían irse de la casa para siempre sin esperar a crecer, y lo mejor de todo, podían cobrarle a mamá sus ofensas.

            No se cómo sea la vida de hoy para todas esas mujeres; puede ser que Rosa logró vivir en una casa propia o que realmente haya conocido la cárcel, como aseguró papá cuando dijo que “Ora sí ya agarraron a esos cabrones”, lo único que tengo claro es lo que aprendí: para ser pobre, es necesario tener mentalidad de preso.

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