“Mira”, me dijo el profesor, “si verdaderamente
quieres ayuda, nada más una mujer puede dártela". Asombrada, pregunté por qué;
esa pregunta me fue respondida años después. A los 46, enamorada de un
alcohólico, fui a dar al consultorio de Mireya.
“Con tu mamá tenemos mucha tarea”, sentenció.
Empecé la apertura de capa semanaria hablando de mi disgusto por trabajar en
fiestas infantiles y salió el recuerdo de mis cumpleaños 8 y 10. Era la del
santo, la festejada, y todo mundo aceptaba de buen grado que cantara y bailara.
En el segundo convivio canté y varios invitados intercambiaron comentarios
elogiosos acerca de mí. Al día siguiente, mamá buscó un pretexto para regañarme
y sacó a colación mis maullidos y mi show de exhibicionista.
–Tu mamá te tenía envidia porque en ese momento
no era la principal. Ahí comprendí por qué “respetó mi petición” en la
pubertad: no quise fiesta de quince años. ¡Lo que hacen algunas madres con tal
de ahorrarse unos pesos!
Y hablando de pesos, Mireya me dio una sorpresa:
de ahí en adelante, mi sesión bajaba de costo. La tarifa de ella era de
cuatrocientos pesos por consulta, pero, en la entrevista preliminar negociamos
a quedar en ciento cincuenta. De repente, ¡el gran día!
–Te lo mereces como premio a tu constancia y
disciplina. Sentí incomodidad y no me fui ni rechacé porque tenía miedo de
parecer soberbia. Era verdad que me costaba trabajo pagarle, pero podía
hacerlo.
Una tarde mencioné que en la secundaria, mamá me dejó ver la tesis con la que se recibió “La odontología infantil preventiva”.
–Me desilusioné. Se veía que había tomado
párrafos de un libro y de otro y los insertó.
–Conozco ese estilito.
–No hallé nada de ella, no alcancé a ver qué la
inquietaba o qué la había motivado a elegir ese tema.
-¿A qué viene eso? La pregunta de Mireya me hizo
el efecto de un baño de agua fría. ¿Cómo que a qué venía? La señora fue mi
madre a regañadientes y en lugar de conformarse con eso, tenía el atrevimiento
de querer ser mi mentora. ¡No tenía nada qué enseñarme, yo ya escribía mejor
que ella!
Todo quedó petrificado en mi cabeza mientras
llenábamos el tiempo hablando de la relación con el alcohólico, que no tenía
para cuándo componerse. A pesar de que había mucha tarea con mi mamá, una vez
más, esa tarea no se abordó.
Cuando estaba leyéndole una parte del libro que
casi terminaba, me interrumpió:
-Te pierdes en una serie de datos y aparte, le
das amargura a la gente. Enseguida me regaló una revista Cosmopolitan y me
sugirió que leyera los artículos para que viera cómo escriben los que le dan
dulzura a la gente. Después, recibiría una contraindicación: “De escribir no se
vive”. Le hablé de un artículo sobre ancianas prostitutas que me conmovió por
lo increíble que parecía el asunto. “Tú puedes acabar así”.
Un día, llegué veinte minutos tarde. En una de
las microbuses donde me subí con mi muñeco de ventriloquía, el chofer me dijo
muy ceremonioso “suba usted, reina”, para después manejar enfrenándose y como
vio que no me caí, escupió. El gallote no me rebotó porque bajé en ese justo
momento y me quedé un buen rato ahí en la calle, abrazando a mi marioneta,
tiemble y tiemble.
–A ti te encanta ver moros con tranchete. Para
entonces, había decidido volverme a premiar y en lugar de cien pesos, me
cobraba cincuenta.
Te cuesta mucho trabajo ganar el dinero estas
juntando para tu refri tu ropa tiene un pequeño olor a humedad que es muy
notorio es bueno que ya tengas lavadora es un privilegio venir a terapia y más
con facilidades estas pidiendo limosna si te propones puedes dejar de ser pobre
tienes que moverte en otro ambiente es bueno que quieras cambiarte de casa
debes valorar lo que tienes no te avientes el compromiso de pagar una renta haz
lo posible por que tengas un crédito puedes encontrar un señor que valga la
pena tienes que dejar de ser un medio hombre por tu pura edad ya está difícil
que tengas pareja…
Cuando recibimos con una mano el pan y con la
otra nos tienen listo el garrote, no hay mucho que agradecer. Al mes de la
sesión de cierre, me llamó. En el recado que escuché preguntaba si ya estaba
bien, si ya tenía otro tipo de amigos y "estás alejada de toda esa gente
nefasta que te rodeó". La nenita resentida que vive dentro de mí, comenzó a
jugar a la pelota con una palabra: Mierdeya.
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