sábado, 22 de marzo de 2014

Aspiraciones

“Mira”, me dijo el profesor, “si verdaderamente quieres ayuda, nada más una mujer puede dártela". Asombrada, pregunté por qué; esa pregunta me fue respondida años después. A los 46, enamorada de un alcohólico, fui a dar al consultorio de Mireya.

“Con tu mamá tenemos mucha tarea”, sentenció. Empecé la apertura de capa semanaria hablando de mi disgusto por trabajar en fiestas infantiles y salió el recuerdo de mis cumpleaños 8 y 10. Era la del santo, la festejada, y todo mundo aceptaba de buen grado que cantara y bailara. En el segundo convivio canté y varios invitados intercambiaron comentarios elogiosos acerca de mí. Al día siguiente, mamá buscó un pretexto para regañarme y sacó a colación mis maullidos y mi show de exhibicionista.

–Tu mamá te tenía envidia porque en ese momento no era la principal. Ahí comprendí por qué “respetó mi petición” en la pubertad: no quise fiesta de quince años. ¡Lo que hacen algunas madres con tal de ahorrarse unos pesos!

Y hablando de pesos, Mireya me dio una sorpresa: de ahí en adelante, mi sesión bajaba de costo. La tarifa de ella era de cuatrocientos pesos por consulta, pero, en la entrevista preliminar negociamos a quedar en ciento cincuenta. De repente, ¡el gran día!

–Te lo mereces como premio a tu constancia y disciplina. Sentí incomodidad y no me fui ni rechacé porque tenía miedo de parecer soberbia. Era verdad que me costaba trabajo pagarle, pero podía hacerlo.

Una tarde mencioné que en la secundaria, mamá me dejó ver la tesis con la que se recibió “La odontología infantil preventiva”.

–Me desilusioné. Se veía que había tomado párrafos de un libro y de otro y los insertó.

–Conozco ese estilito.

–No hallé nada de ella, no alcancé a ver qué la inquietaba o qué la había motivado a elegir ese tema.

-¿A qué viene eso? La pregunta de Mireya me hizo el efecto de un baño de agua fría. ¿Cómo que a qué venía? La señora fue mi madre a regañadientes y en lugar de conformarse con eso, tenía el atrevimiento de querer ser mi mentora. ¡No tenía nada qué enseñarme, yo ya escribía mejor que ella!

Todo quedó petrificado en mi cabeza mientras llenábamos el tiempo hablando de la relación con el alcohólico, que no tenía para cuándo componerse. A pesar de que había mucha tarea con mi mamá, una vez más, esa tarea no se abordó.

Cuando estaba leyéndole una parte del libro que casi terminaba, me interrumpió:

-Te pierdes en una serie de datos y aparte, le das amargura a la gente. Enseguida me regaló una revista Cosmopolitan y me sugirió que leyera los artículos para que viera cómo escriben los que le dan dulzura a la gente. Después, recibiría una contraindicación: “De escribir no se vive”. Le hablé de un artículo sobre ancianas prostitutas que me conmovió por lo increíble que parecía el asunto. “Tú puedes acabar así”.

Un día, llegué veinte minutos tarde. En una de las microbuses donde me subí con mi muñeco de ventriloquía, el chofer me dijo muy ceremonioso “suba usted, reina”, para después manejar enfrenándose y como vio que no me caí, escupió. El gallote no me rebotó porque bajé en ese justo momento y me quedé un buen rato ahí en la calle, abrazando a mi marioneta, tiemble y tiemble.

–A ti te encanta ver moros con tranchete. Para entonces, había decidido volverme a premiar y en lugar de cien pesos, me cobraba cincuenta.

Te cuesta mucho trabajo ganar el dinero estas juntando para tu refri tu ropa tiene un pequeño olor a humedad que es muy notorio es bueno que ya tengas lavadora es un privilegio venir a terapia y más con facilidades estas pidiendo limosna si te propones puedes dejar de ser pobre tienes que moverte en otro ambiente es bueno que quieras cambiarte de casa debes valorar lo que tienes no te avientes el compromiso de pagar una renta haz lo posible por que tengas un crédito puedes encontrar un señor que valga la pena tienes que dejar de ser un medio hombre por tu pura edad ya está difícil que tengas pareja…

Cuando recibimos con una mano el pan y con la otra nos tienen listo el garrote, no hay mucho que agradecer. Al mes de la sesión de cierre, me llamó. En el recado que escuché preguntaba si ya estaba bien, si ya tenía otro tipo de amigos y "estás alejada de toda esa gente nefasta que te rodeó". La nenita resentida que vive dentro de mí, comenzó a jugar a la pelota con una palabra: Mierdeya.




No hay comentarios:

Publicar un comentario