sábado, 22 de marzo de 2014

Medio siglo de tristeza

Después de cincuenta primaveras, ya no abrigo la menor duda: las mujeres decentes no existen. Es la etiqueta que se ponen las que odian la sexualidad hasta el punto de creer que entre menos la ejerzan, mejor. Tampoco hay putas. La sociedad les da esa categoría para que crean que hacen un trabajo. La emancipada es la del mejor camuflaje. Se comporta como si la sexualidad no existiera y su ejercicio fuera un trebejo.

Uno de los daños que se nos hace a las mujeres es inculcarnos la idea de que nada más las prostitutas tienen derecho a cobrar. La verdad es que ni entre ellas está limitado el cobro al dinero. Otro de los daños que sufrimos, es el.desfasamiento. Hay familias que educan a sus hijas para esposas, pero no las dejan casarse; a la que estimulan para que se comporte como presa, le dan exhortaciones para que evite, al precio que sea, ir a la cárcel; si la orillan a que se asuma como puta, le prohíben que ponga el pie en un congal; a veces, estas familias dotan a sus hijas de personalidades monjiles, para después castigar cualquier intento de ingresar a una cofradía religiosa. Cuando alguna infortunada logra adecuarse a estos cánones absurdos, la hostigan. Le dicen que está loca, pero nadie se avienta el follón de llevarla al manicomio.

Ser mujer es enfrascarse en una lucha grotesca por seguir siendo chamaca. La edad jamás nos ayuda. Se nos considera incapaces por no tener experiencia y en un abrir y cerrar de ojos, a veces de piernas, resultamos demasiado viejas para cualquier ocupación.

Se nos señala con dedo acusatorio cuando entablamos relaciones de trabajo en donde roles, derechos y obligaciones están claramente definidos. En cambio, se espera que laboremos en tales condiciones que lo que hagamos no sea concebido como trabajo, sino como actividades propias de nuestro sexo, o de la naturaleza, o de lo que Diosito nos dio como un don.


¡Me queda claro ya para qué sirve creer en el amor! El dogal de nosotras es el lastre de los hombres, aunque ellos jamás asumirán el sobrepeso en la misma proporción en que nosotras nos dejamos ahorcar. Hemos defendido un sistema que nos obliga a tener hijos y criarlos en el seno de una sociedad que detesta a los niños. Y nos detesta a nosotras también. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario