Después de cincuenta primaveras, ya no abrigo la
menor duda: las mujeres decentes no existen. Es la etiqueta que se ponen las
que odian la sexualidad hasta el punto de
creer que entre menos la ejerzan, mejor. Tampoco hay putas.
La sociedad les da esa categoría para que crean que hacen un trabajo. La
emancipada es la del mejor camuflaje. Se comporta como si la sexualidad no
existiera y su ejercicio fuera un trebejo.
Uno de los daños que se nos hace a las mujeres es
inculcarnos la idea de que nada más las prostitutas tienen derecho a cobrar. La
verdad es que ni entre ellas está limitado el cobro al dinero. Otro de los
daños que sufrimos, es el.desfasamiento. Hay
familias que educan a sus hijas para esposas, pero no las dejan casarse; a la
que estimulan para que se comporte como presa, le dan exhortaciones para que
evite, al precio que sea, ir a la cárcel; si la orillan a que se asuma como
puta, le prohíben que ponga el pie en un congal; a veces, estas familias dotan
a sus hijas de personalidades monjiles, para después castigar cualquier intento
de ingresar a una cofradía religiosa. Cuando alguna infortunada logra adecuarse
a estos cánones absurdos, la hostigan. Le dicen que está loca, pero nadie se
avienta el follón de llevarla al manicomio.
Ser mujer es enfrascarse en una lucha grotesca
por seguir siendo chamaca. La edad jamás nos ayuda. Se nos considera incapaces
por no tener experiencia y en un abrir y cerrar de ojos, a veces de piernas,
resultamos demasiado viejas para cualquier ocupación.
Se nos señala con dedo acusatorio cuando
entablamos relaciones de trabajo en donde roles, derechos y obligaciones están
claramente definidos. En cambio, se espera que laboremos en tales condiciones
que lo que hagamos no sea concebido como trabajo, sino como actividades propias
de nuestro sexo, o de la naturaleza, o de lo que Diosito nos dio como un don.
¡Me queda claro ya para qué sirve creer en el
amor! El dogal de nosotras es el lastre de los hombres, aunque ellos jamás
asumirán el sobrepeso en la misma proporción en que nosotras nos dejamos
ahorcar. Hemos defendido un sistema que nos obliga a tener hijos y criarlos en
el seno de una sociedad que detesta a los niños. Y nos detesta a nosotras
también.
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