viernes, 3 de septiembre de 2010

Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana. III

“En general, al ayudante no le va tan mal como sugiere el nombre. Los ayudantes o comodines son con frecuencia personas solitarias que tienen mucho qué ganar mostrándose amables con los alcohólicos. El tendero que hace el papel de Buen Joe, logra muchas amistades en esa forma y puede conseguir en su propio círculo social, una reputación no sólo de persona generosa sino de buen conversador”.


Erick Berne.


III

Por aquellos días invité a Irma a casa a tomar un café. Estuvimos platicando hasta cerca de las once de la noche.

-Pues está bonito tu cuarto; yo me imaginaba otra cosa. No me pareció bien que Arturo te haya criticado, que se ubique y si quiere una con casa bonita, que se la busque en Las Lomas. Fue la única cosa acertada que dijo en todo el tiempo que la traté. Para merecer a la Reina de Saba, primero hay que ser el Rey Salomón.

Irma se marchó. Pasó más de media hora y sonó el teléfono: era César, quería saber “si todavía tienes ahí a mi vieja secuestrada”. Conversamos bastante rato; el suficiente para comunicarle mis inquietudes respecto a Arturo.

-No te conviene, mamita, tú eres entregada y él tiene complejos de pequeñoburgués; dice que no sabes coger, que no le gustas tú, no le gusta tu casa, ni le gusta tu modo de ser. ¿Te acuerdas que el 14 de Febrero íbamos a ir los cuatro a bailar? Pues dijo que no se iba a andar exhibiendo en un salón de baile con una pinche vieja tan gorda. Mira, su esposa lo mandó a la chingada por pinche borracho, y luego, luego, se consiguió otro galán, y hasta se volvió a casar; pero eso fue hace un chingo, y éste todavía anda herido, ¡mándalo al diablo! ¡Que chingue a su madre!

Esperé pacientemente a que salieran los rayos del sol, y más tardó el transporte público en empezar su jornada, que yo en acudir por primera vez a Alcohólicos Anónimos. Se me quebró la voz al decirle al señor que me atendió que no sabía por qué estaba haciendo eso de pedir ayuda para un hombre que se había expresado de mí en los términos ya expuestos; estaba a punto de echarme a llorar.

-¡Ay señora! –Me interrumpió- Cuando decimos eso, ¡es cuando más nos interesa la mujer!

-¡Queeeé?

-Sí, así es.

-¿Le cae de a madre? ¿Verdad de Dios?

-Sí señora. Le estoy diciendo la verdad. Grave, sereno, imperturbable, así me hablaba el Padrino, el Paso Doce, y lo que debió servir para desengañarme de una vez por todas, ¡sirvió para reforzar esperanzas!

Vivía para averiguar vida y milagros de Arturo, creía saberlo todo y decidí perdonarlo. Se lo comuniqué por carta. Suele tener más eficacia el correo que los mensajes telepáticos; y más en circunstancias como las imperantes, a pesar de que lo prudente, en esos casos, es no hablar. Pero necesitaba saber, y todas esas epístolas que Arturbio interpretó como pistoletazos, eran mi forma de preguntar qué sucedía, qué había hecho para merecer semejantes vivencias. Apenas estaba en el aprendizaje de otra regla del juego: el perseguidor, si no le mete al chupe, no debe contar con apoyos; nadie está de su lado, por auténticos que sean su desesperación y sufrimiento.

Jamás contestó mis cartas; los borrachos tienen fobia al compromiso y se guardan muy bien de ayudar a sus parejas a que vean la realidad. Mientras las mujeres sigan confundidas, estarán atadas y al servicio de ellos hasta que ya no las necesiten; entonces dan el portazo y todo vuelve a empezar. Pero comprender, nada más acrecentaba mi sentimiento de injusticia: el enfermito era él, ¡y yo en terapia!

De nuevo, la burra al trigo. Mandé a su casa a los señores de AA. No pensaba decirle que sabía la verdad acerca de su enjuague sexual con Irma, pero se lo dije en la carta que le escribí para avisarle que irían a visitarlo. Todavía recuerdo a Carlos, su actitud taimada; esa fue la última vez que se hizo el aparecido en la calle:

-Yo sé algo que tú no sabes y que es la raíz de todo esto.

-¿Y qué es eso que no has podido decirme? Otra mujer, ¿verdad? ¡Arturo tiene otra mujer!

-Y ni te imaginas quién...

-¿Irma, verdad? ¡Arturo anda con Irma! –guardó silencio y sonrió.

Enfilé directo a la fonda; me alcanzó y con su clásica verborrea, quedé convencida de que debía esperar unas horas. En realidad, Arturo tenía interés en Irma, le propuso a ella que vivieran juntos y fue rechazado unos días antes de que yo lo aceptara, le pidió permiso para conquistarme y la ex amiga contestó “eso es asunto tuyo”, y además, ¡que consumía cocaína para que no se le notaran las borracheras! ¡Todo un rosario de omisiones! ¡El tiempo que me mantuvo a raya, lo pasó atareadísimo, previno a la rival! ¡No podía esperarse menos de un Garlitros Salva Mendaces! Sin embargo, ¡qué manera tan extraña de ser! ¡Le aventaba a un león, pero al mismo tiempo, la protegía! Francamente, le tuve más coraje a él que a mi querido borrachín. Como nos hubiera hecho un verdadero favor a los dos, era diciéndome en Enero lo que me dijo hasta Abril.

A media noche del décimo día, era informada, por teléfono, que la visita de AA había fracasado. Arturo no permitió acercamiento alguno; según él, me tomé atribuciones que no correspondían, Luis C., además, me comentó:

-Al abrir él la puerta, percibí un cierto olor a la droga que yo consumía.

-¿Qué droga?

-Cocaína.

Una manaza imaginaria me estrujó el pecho como si fuera hoja de papel que va a la basura. ¡Eso había sido lo único que no le creí a Carlos! El padrino se despidió. Después de colgar, resonaron otras palabras suyas que me resultaban igualmente dolorosas:

-Honradamente, no se le ve que tenga interés en usted.

-Entonces, ¿puedo dar por hecho que ya nunca va a venir?

-Si acaso, a reclamar.

Pero hubo que esperar al Viernes Santo para recibir la ansiada reclamación. Más afortunada que yo, fue mi ex amiga. A las dos de la tarde, la fonda se cubrió de gloria con los epítetos salientes de la boca Arturbiana.

“Bola de culeros, ustedes tienen la culpa de que la relación con Adriana no esté como debe, pinches intrigosos, ustedes se han encargado de echarme a perder las cosas, pero ella y yo seguimos, miren la llave de su casa; yo la quiero, ustedes qué saben lo que siento por ella, vete a la verga, pendeja, tú cállate pinche chismoso, par de ojetes, ora le hablamos para que venga con su guitarra y me cante, puta envidiosa…”

Arturo no buscaba una codependiente ni en mi ex amiga ni en mí; pero la prefería a ella porque le aplaudía y le daba por su lado. Yo, en cambio, cuando no lo cuestionaba le decía su precio. Haber enviado a su casa a los AA, más que una ayuda, fue darle la guerra. La peor agresión que puede recibir un borracho es la de aquel que se atreve a confrontarlo con el hecho de que mal vive y necesita ayuda; el trato con un alcohólico es, esencialmente, una lucha por el poder. La presencia de ellos en nuestras vidas no significa el amor, significa bombardeos, toque de queda, estado de sitio, incursiones, racionamiento, de ahí que me haya sentado a racionar a través de la escritura. Lo mejor es esquivarlos, pero si la relación no se evitó, hay que contestar agresiones. Con ellos es imposible cualquier transacción, si no es detentando alguna forma de poder. En los grupos de amigos y familiares de alcohólicos, descubrí que sí es posible adquirir un arsenal que permita enfrentar, incluso derrotar o derrocar al alcohólico; pero es desgastante, y si no se está sacando raja económica del tal desgaste, no tiene caso convivir con el enfermo, ni estar en Al Anon, porque se corre el riesgo de volverse tan miserable como si fuera una quien ingiriera el alcohol.

El viernes perdió lo santo. Al regresar de mi junta con el grupo al que asistía, encontré a mi gañán: en pose, turbio, como ladilla, empapado en jerez.

“Cómo les iba yo a abrir a esos tipos, parecían carceleros, con los ojos inyectados, a leguas se ve que venían de chupar, y esos son los que me van a enseñar a dejar de tomar, no manches Adriana, que yo soy coco, briago, drogo y cinturita, ya ni la chingan esos cabrones, tú eres chingona, y ya no le pongas apodos a los demás, eso es no respetar a la gente, Arturbio Ladilla no existe, yo soy José Arturo Padilla Pérez, ya no me digas esa palabrita Nachtoyollotzin, yo no soy el hermano de tu corazón, tú no me tienes ese cariño, tú nada más quieres coger, tú eres una artista, yo soy un alcohólico, tú mereces a alguien mejor que yo, tienes bonitos ojos, te deseo, vamos a dejarnos, déjame que me vaya, la verdad no mamas rico, pero de eso a nada.”

Al mismo tiempo que hablaba, me llenaba de caricias y besos. Este sermón se me hizo más largo que el de la montaña, y desde luego, no tan bello, ni mucho menos espiritual. Un enfermo alcohólico es amante de opción múltiple. Como piensa una cosa, dice otra y hace otra, da dobles, triples y hasta el infinito de mensajes. Con él, no hay manera de aprobar el curso. Cualquier decisión tomada, es una mala decisión.

Se marchó temprano y por la tarde comimos juntos. Estaba mucho más apacible, como si nada hubiese sucedido. Nos despedimos. Cero indicios de que fuera a desaparecer, hasta que pasó un mes y corría otro. A mediados de junio, volvió a aparecer en el dudoso restaurante, porque ahí lo único que no se hacía era restaurar energías; más bien las iba uno a perder. Todo el mes fui a esperarlo, más que a desayunar o comer. Quería verlo, pero también quería que se fuera al diablo; quería demostrarle a Irma que no le guardaba rencor, pero también quería darle su merecido.

El día que Arturo entró el corazón me dio un vuelco; pero permanecí al acecho. Se pasó de largo, como si no me conociera. Por suerte, había que ir a la lavandería y pese a los ruegos de Irma para que no me fuera, salí.

Ese día era sábado, para el lunes, la hostelera estaba hecha un basilisco porque unas personas le dijeron que yo la estaba poniendo como lazo de cochino. Nunca me dijo qué personas ni qué le dijeron y por mi parte, ya tenía claro que con ella nunca iba a haber confrontación de ninguna especie, ¡con semejante colota que tenía que le pisaran! Por algo, al día siguiente de que Carlos abrió su apestoso hocico, la señora Yolanda me soltó que no tendría nada de malo que su hija se agenciara un hombre y que no creía que yo no pudiera sostener a un gigoló. Si hay sentimientos de culpa, uno se defiende atacando.

¿Por qué las cosas rara vez pueden ser directas? Si Irma me tenía inquina, es entendible que no me haya prevenido contra Arturo; pero, si era su hombre, si se estaba acostando con él, ¿por qué no me lo decía? ¿Por qué le solapaba? ¿Qué venía al caso tener a César de tapadera? ¿Por qué seguir intentando ese ardid de los chismes, que no le resultó? Ser disfuncional es más difícil que estar bien, pero era necesario asestar el primer golpe. Tenía contacto con algunos clientes antiguos, despechados: no fue difícil ni costoso mandarla seguir. Encontré quién lo hiciera sin cobrar.

Cuando tuve su dirección, fingí demencia y pregunté por teléfono si la señora Yolanda todavía quería las fotocopias de un libro de historia de la guerra del opio que le había interesado. Rumbo a Azcapotzalco, deseaba que el legajo de papeles fuera un paquete bomba; pero me consolé pensando: “no te preocupes, mi reina, tu presencia en su casa le va a caer como bomba”. La madre de Irma se esperaba todo, menos que fuera a verme ahí, en el mero lugar que yo no tenía la menor posibilidad de conocer, ni de ubicar...

-¿Por qué vino hasta acá? Pase.

-Gracias. Irma me dijo que sí quería usted las fotocopias.

-Me las hubiera dejado allá.

-Lo importante es que ya tiene el libro que quería.

Le cayó, en efecto, como una Molotov, que haya visto su sala repleta de periódicos amontonados, la computadora mal puesta en la mesa del comedor, las carpetas cochinas que quién sabe desde cuando no las lavaban, igual que las persianas, y las camas destendidas. Mientras tomaba el té que me ofreció, la señora Yolanda hizo alusión a todas las habladurías que corrieron en torno a su hija, a la que todo el mundo ya conceptuaba como una cualquiera.

-La han metido en una de líos, ¡y me da rabia!

-El que hablaba era Carlos, porque estaba ardido.

-¿Y cómo está eso de que a usted la tiraron de un microbús? Que fue Carlos, ¿verdad?

-Mire, una vez, allá en el negocio, dijo usted algo muy acertado; así es como veo el accidente: sembré mi maíz, me comí mi pinole, con el favor de Dios, tarde o temprano lo cagaré. Se revolvió en su sillón ¡Sí que le eché aceite hirviendo! Al parafrasear su refrán favorito y recordarle la terminación natural de todo proceso digestivo, se la sentencié.

En realidad, Carlos no perpetró venganza alguna en mi contra, a pesar de que le di su dirección a todos sus acreedores, para que, al ir a cobrarle, lo pusieran en predicamento con sus vecinos y quedara exhibido como un irresponsable. No es la primera vez que me desquito así. Cuando tenía l7 años, le hice esto mismo a mi papá.

Ya había tenido a mi bebé y dijo, a guisa de felicitación, que una mujer como yo “es p’a la zopilotera”; a los l2 años, que habían aparecido en mi cuerpo los caracteres sexuales secundarios, era para él “una chica de muy buenas proporciones, una chica linda, pero eso, ¿de qué sirve, si te escarban tantito y eres una mierda?” Mi regalo de l5 años lo recibí en seis palabras: “Usté no sirve ni p’a estudiar”, ahora me da risa, porque es el mismo hombre que quería que yo fuera escritora. Igual y acabo dándole gusto. Hacía más de una década que soportaba sus insultos sin chistar; el día que dijo lo de la zopilotera, fue la gota que derramó el vaso.

Carlos y mi padre tenían el mismo problema: debían dinero y se estaban escondiendo para no pagar. A mi padre, uno de sus proveedores lo buscaba para meterlo a la cárcel, y yo le dije dónde podía encontrarlo. Estuvo preso y por poquito pierde una oportunidad de ascenso en su trabajo. Gastó una billetiza para que le dieran buen trato mientras pasaba el proceso, amén de la fianza, pero yo me divertí viendo las danzas y zarabandas que ejecutaba la familia cada vez que sus jefes preguntaban por él. Simular cuesta, y había que sostener la mentira de que el señor salió urgentemente de México por un problema de salud. Le guardaba tanto rencor, que si aquel hombre lo hubiera buscado para matarlo, ¡se lo entrego en bandeja de plata! Devolver el golpe es una forma de tragar tierra. Con papá por lo que me dijo; repetí con Carlos, por el silencio guardado. No estoy orgullosa de lo que hice, pero arrepentida, tampoco. No ataqué a buenas personas. Mi padre fue un abusivo con quien se dejara y hasta con quien osara defenderse; y Carlos, es un desgraciadito que le siguió el juego a un borracho porque quería diversión.

Yolanda también se divertía negándose a soltar prenda; por lo tanto, yo tampoco aclaré que las represalias de Carlos habían sido una cortina de humo para que se entretuvieran con habladurías al respecto, mientras investigaba dónde vivían las dos bribonas que me agarraron de puerquito.

Ya me había caído el veinte: sin advertir que lo hacía, fui preparando el terreno para que se cebaran y al despertar, era demasiado tarde para protegerme o alterar el resultado. Cometí el error de engancharme en el juego de ellas. Hay que tener mucho cuidado: si una se siente tan a gusto en una fonda que hasta se llega a imaginar trabajando ahí, es una señal de que las personas que laboran en el sitio están jugando al “Buen Joe”. El hecho de que a Irma no le duraran sus trabajadores ni cuando creció su negocio, era otra advertencia. Las personas que venden comida y llevan su fuente de ingresos en esa forma, en realidad no buscan clientes ni les importa el dinero, de ahí que empiecen a dar fiado sin ton ni son, y que permitan que cualquier patán las estafe.

De aquel comedero debería haberme ido; ni siquiera resultaba apropiado mostrarme como soy y menos haber jugado a la “piel partida“, o al “no es terrible”, lindezas por el estilo barnizadas con cultura. Una mujer que enseñaba lo que era capaz de hacer, que se creía más fuerte que sus achaques, contra dos especialistas en jugar “la pobrecita de mí”, ¡a fuerza tenía que irme como me fue!

Más adelante hice otra visita sorpresa, pero a la casa de Arturo. En el camino, le daba gracias a Dios de que iba a ponerle fin a la lluvia de críticas que recibía con cara de impavidez: que si mi espacio pequeño y sucio, que si mal distribuido, que si estaba lleno de cosas inútiles empezando por mis libros, que los donara a una biblioteca para que él pudiera instalarse a vivir conmigo… ¡Uf! Mi burgués gentilhombre se hospeda en la casa de su tío materno, en la colonia Guerrero. Es una vecindad antigua; el adefesio (léase edificio) se cae de viejo. Fui de día y me pareció un lugar tétrico, ¡de noche debe ser espeluznante! ¡A leguas se ve que ahí queman, chupan, roban, violan y etcétera! El señor Pedro, amable, me invitó a pasar. Conversamos en una estancia pequeña con la mesota de comedor entre ambos. La puerta de la recámara estaba atorada con el roperote y se veía la camota en la piececita. Con todo y su enorme calva, Don Pedo Jerez Odrerico, es la versión masculina de Doña Yolanda: fuerte, rozagante y lleno de vida. Cuesta trabajo aceptar que es un anciano.

Arturbio tiene mucho más en común con Irma que conmigo. Todo enfermo emocional que se respete, debe procurarse un chupasangre. Yo aspiro a no respetarme.

Viéndolo ahora, a distancia, sí me busqué esta experiencia horrenda; pero el hecho de que mereciera el trato que recibí, no quería decir que tuviera la obligación de ser cómplice de toda esa gente. Me rebelé contra ellos porque me estaban haciendo pagar platos rotos de sus tonterías. El juego de Alcohólico es como esos carnavales feos en los que es posible involucrar a espectadores relativamente inocentes. En todo su florecimiento, participan cinco o más individuos, pero siempre comienza y termina como un partido de dos. Nada más así me puedo explicar que Irma me haya tolerado como cliente.

Aquellos días no parecían tener fin. Los que creí mis amigos, se regocijaban con mi desazón. Me había quedado enamorada, sola y perturbada. Se me desvanecía una ilusión apenas nacida y se agigantaba mi deseo de venganza. Por primera vez, Adriana contemplaba el coraje de Agriana sin regañarla ni echarle más leña al fuego. La dejaba hacer llamadas y llamadas al restaurante cada noche, y cuando consideró oportuno, le dijo:

-Corazón, ¿por qué tienes que marcar el número de alguien con quien no hablas? ¿Por qué mejor no llamas a donde quieres llamar? ¿Qué objeto tiene que cuelgues cuando te contestan? ¿Ganas algo?

En tales momentos es muy fácil que una se comunique a un lugar pensando en otro, y fui descubierta.

-Señor Pedro, buenas noches, ¿me podría comunicar por favor con Arturo?

-Sigue tu cabecita enferma, ¿verdad? –Era César- ¡Ya deja de estar chingando! ¡Nosotros no tenemos la culpa de que te quieras agarrar de un clavo ardiendo! ¡Pendeja! –colgó. Adriana, por fin, estalló. Encaró tajantemente a la fierecilla indomada:

-Bueno, Agriana, ¡basta ya! ¡O hacemos algo bien hecho en contra de Irma, o la dejamos en paz!



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