viernes, 3 de septiembre de 2010

Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana. VI

“El ejercicio de poder sobre la gente con el fin de dañarla parece tener dos fuentes básicas. La primera es la escasez. (…) La segunda (…) es algo que se usa como una defensa contra las acusaciones de indignidad que surgen del interior de uno mismo, o también del exterior.”


Claude Steiner.


VI

¿Qué papel juega la sexualidad en las cosas espirituales? ¿De verdad un brujo tiene poder para quitar maleficios o beneficios recibidos en la infancia? Buscar estas respuestas se había vuelto tan apasionante como la idea de atraer al evasivo Don Arturbio, y la escurridiza verdad, se anunciaba en el consultorio de mi psicóloga, o hacía brillar alguna lucecita en el altar del señor Molina, pero no acababa de salir.

Cuando el señor “Gurú” me dijo que se necesitaban sesenta y tres veladoras por Arturo y sesenta y tres por mí para iniciar los trabajos de rompimiento del hechizo que nos impedía querernos, salí a buscar una banca de jardín. En la comodidad del kiosco de Huipulco, multipliqué ciento veintiséis por veinticinco, lo cual arrojó la cantidad de tres mil ciento cincuenta. A pesar de que hay veladoras que cuestan menos de veinticinco pesos, no tenía opción de comprar a otro precio. Para el estimado brujo, las veladoras que funcionaban eran las recomendadas por él. Tres mil ciento cincuenta pesos era mucho dinero, sin embargo, tenía miedo de acabar peleada con mi chamán favorito y me dolía comenzar el duelo por la pérdida del galán.

Me entregué de lleno a comprar las dichas veladoras, pero, como no podía entregarle el dinero de sopetón, me sugirió que le llevara poco a poco y que fuera haciendo mi cuenta. Se me ocurrió observar sus reacciones; su forma de agarrar billetes y monedas. La primera entrega, fue de cuatrocientos pesos, que respetuosamente, se guardó en la bolsa, casi diría, con veneración. Luego di ciento sesenta, luego cien, después ochenta, pero un día sólo pude llevar cincuenta. Cinco monedas de diez pesos que aventó en un canasto como si fueran basura. Y ese era el desapego material del que tanto blasonaba. Ahí estaba una muestra de su alto nivel espiritual.

Ya iban setecientos noventa pesos; quedaban dos mil trescientos sesenta. Creo que debió darse cuenta de que lo observaba, porque se volvió más discreto en sus modales al recibir mis dádivas. Me ausenté un tiempo, aquí empecé a sentir el impulso de alejarme, de romper el lazo de dependencia que ya duraba más de diez años.

Llegué en Agosto del 2003 con doscientos sesenta pesos, luego llevé ciento sesenta, a fin de mes, ciento cuarenta, y dos entregas más de cien y sesenta pesos respectivamente. Iban ya mil quinientos diez. El no dejaba de hacer mención de mis poderes, de la misión que traigo, y yo no acababa de tener claro si estaba siendo invitada por un masón a la masonería, ni a honras de qué; a fin de cuentas, no era más que una necia solitaria que estaba ahí, regalando su dinero por aferrarse a cosas que no estaban dentro de la realidad.

La vida es un ministeriote público, porque nada más con dinero se arreglan las cosas. Lo barato sale caro, decían mi madre y mi abuela. Si no hubiera tenido cien pesos cada semana para pagar mis sesiones con Dora Luz y Mireya, ¿de dónde habría tomado la iniciativa de investigar esa parte oscura que me hacía creerme bruja? Si no hubiera tenido dos mil quinientos pesos, que fue en total lo que recibió el señor Molina, ¿hubiera tenido manera de crear mi diario, herramienta valiosísima, para saber mis porqués?

Me faltaban seiscientos cincuenta pesos para completar la cantidad que me había pedido el señor “Gurú” y decidí que no volvería más, pero esas seiscientas cincuenta monedas de a peso me estaban haciendo un ruido infernal. Revisé las cinco opciones que tenía:

a) Dárselas sin decir nada, ni volver a pasar por su triángulo de fuego.

b) Mandárselas en un giro telegráfico.

c) Llevarlas mejor de limosna a una iglesia.

d) Gastarlas en mí.

e) Olvidarme por completo de ganarlas, ni para él ni para mí, después de todo, el señor estaba, pero más que bien pagado.

¿En qué es mejor creer? ¿En la brujería? ¿En Dios? El que pierde la fé se vuelve crédulo, ¿me estaba sucediendo eso? ¿Era niña cuando empecé a creer? ¿Cuándo supe que no debía creer para poder defenderme? ¿Y de qué?

El señor Molina me decía que no hiciera preguntas. En una de las jornadas en el templo, tuve mi primer trance. Así nada más, sin ser médium, Arturo tomó posesión de mi cuerpo –no entiendo cómo- y dijo que quería ser salvado por mí. Ese día llegué al templo angustiada. No había podido dormir y hasta se me olvidó desayunar. Hice una concentración antes de ponerme en camino y vi más colorcitos que antes. Cuando volví en mí, es decir cuando dejé de hablar sin control, dudé. Me atreví a preguntar si había manera de saber qué estaba haciendo el añorado al momento de tener ese trance, y se me respondió que en aquel instante, Nachtoyollotzin Arturo estaba ebrio y por tal motivo, se pudo desprender.

Veinte días después, tuve otro. Exactamente las mismas peticiones de la vez anterior. Como si el tal espíritu no hubiera sido escuchado y todos los brujos allí reunidos fueran funcionarios del gobierno, especialistas en hacer caso omiso. Si había médiums más receptivos que yo, ¿por qué no tomó posesión de otro cuerpo? ¿Por qué afirmaba el hermano que Arturo estaba borracho? ¿Lo había visto? Cuando se conoce la forma alcohólica de ser, el enfermo se vuelve predecible, ¡pero no hasta el punto de saber a qué hora se caerá de briago!

Si lo que estaba viendo en casa, en las concentraciones, era señal de clarividencia, se me antojó también cuestionable; es algo que todos podemos ver con un poquito de relax, de otra manera, la publicidad no podría valerse de los subliminales, dibujos ocultos en los anuncios, que tienen el propósito de ilustrar la promesa que hacen al consumidor: si fumas Camel, viajarás por el mundo y embarazarás a muchas mujeres; si tomas Calvert, tendrás una isla para ti solito; me rehusaba a pensar que era una superdotada, simplemente, me estaba dando un momento de relax.

Pero el relax es algo que no pueden darse aquellos que viven en la pobreza, y entonces, mi osadía fue castigada por una vecina, que me robó del tendedero. Este fue uno de los incidentes que me volvieron a enganchar cuando estaba a punto de desentenderme.

Ya me había quitado antes una sábana, y no faltó quién sacara a colación esa historia de que si agarran ropa del tendedero es para hacer brujería. Creo que esta señora, además de que no tenía para comprar una sábana, quiso hacerme la maldad. Su padre me pretendió sin éxito. Ella estaba de acuerdo porque necesitaba una estúpida que se pusiera a lavar los cerros de ropa sucia que le generaban ese señor y sus hermanos, no había ninguna oferta de cariño; era un rescate, así como con Irma, que estaba en condiciones de atender nada más a un borracho, pero se atrajo a siete. Siempre hay gente que quiere que los demás se dejen pisotear; una mujer sola es más propensa a que abusen de ella porque se la percibe como un bien mostrenco.

¿Por qué pude distinguir el juego con los vecinos y no lo pude hacer en la fonda? Porque la soledad pesa, especialmente cuando hay que elegir entre un señor como el padre de mi vecina, que estuvo en la cárcel porque desarma carros robados; o un vigilante de supermercado que se cree militar de carrera; o un individuo que no especificaba su ocupación y que en el 68 trabajó del lado de los represores; para que un taxista alcoholizado resultara el mejorcito de todos, no me queda más remedio que aceptar el bajón; observar quiénes son y a qué se dedican los hombres que quieren con una, ayuda a saber qué lugar se tiene en la escala social. Ubicarse duele. Uno de mis consuelos en la vida ha sido creer que no tengo esposo, porque ni a pretendientes llego.

Un gancho muy importante de la brujería es que promete poseer la voluntad de los demás; al vecino es imposible amedrentarlo igual que a un hijo, porque no está tan abierto emocionalmente ni depende de nosotros para sobrevivir, por eso las ostentaciones: todas esas cosas de hacer perdediza la ropa que se pone a secar, regar sal o dejar macetitas y listoncitos en la puerta de una casa, son ostentaciones, para dar inseguridad; y aunque luchaba por no comprar el boleto, estaba angustiada: ¡sí creía que a los que se divirtieron a mis costillas, se les estaba regresando el daño y daban patadas de ahogado!

Irma dejó de abrir su negocio y, desde el domingo anterior vi un revoltijo de cosas y trabajadores. Me dijeron que se estaba remodelando el lugar, entonces ella salió y me aseguró, primero, que se marchaba; después que no, que sólo iba a reducirse al local pequeño que había tenido desde el principio. Al día siguiente, se estacionó un camión de mudanzas. La señora Yolanda estaba ahí; como siempre que me veía, al saludarla volteó a ver para otro lado.

No la estaban pasando nada bien. Irma buscaba culpables, del mismo modo que antes había buscado rescatadores; por eso me pidió que ya nunca más volviera a hablar de ella.

Tanta coincidencia impulsaba a creer en fuerzas sobrenaturales al servicio de mi venganza, pero lo cierto es que los problemas se van gestando de tiempo atrás, con hechos y omisiones reales: la ex amiga redujo su negocio, porque les consintió a sus clientes masculinos que se quedaran hasta horas en que ya debería haber estado descansando; chacoteó con ellos, ¿qué más da que uno de esos enfermos sí se haya hecho su novio? El daño ella misma se lo hizo: al permitir que la desvelaran, no podía abrir temprano, ya no dedicó a su trabajo las horas acostumbradas y dejó de ganar como antes. No había suficientes entradas, no se cubrían los gastos, faltaba el dinero, echó mano de los ahorros, y de cualquier manera, perdió uno de los dos locales que tenía porque ya no lo pudo pagar.

Esto, no era necesario que ningún taumaturgo se lo deseara, pero fue suficiente para impedir que pusiera punto final a mis entrevistas con el señor Molina, pese a que el impulso de hacerlo se estaba volviendo incontrolable; pese a que me daba cuenta de que algo realmente efectivo en contra de Irma, no iba a salir del templo, pero sí podía salir de la Delegación, de la Secretaría de Salubridad, de la Procuraduría del Consumidor, o en el peor de los casos, del hampa. Me costó trabajo no perder de vista que estaba averiguando qué hay de verdad en la brujería.

Los días que estuve en trance, al salir del templo fui al sitio donde Arturbio guarda su carro y le dejé recados, pretendidamente del señor “Gurú”, citándole para el martes o viernes que pudiera. No le dejé mayores datos, y le dije, categóricamente, que “ya había estado con nosotros” y que “sabía dónde hallarnos”.

Mi teoría era que, si había ocurrido un fenómeno paranormal, Arturo sabía cuál era el sitio en donde estaba ubicado el templo, e iría por sí solo. En parte, me ausenté porque quería dar tiempo a que fuera; si de verdad había hablado con los hermanos y pidió ayuda, era mejor que no me viera para que se explayara con confianza; el señor Molina, sin que se lo preguntara, me diría en caso de que Nachtoyollotzin se hubiera presentado. No sucedió.

La brujería me aconsejaba lo contrario de la psicología: “No cuestione a Arturo, al menos no todavía; recíbalo como llegue, pues eso va a servirle para desarrollar paciencia y humildad.” Las palabras de la doctora Mireya fueron: “Obsérvalo, obsérvate, pesa mis palabras en la misma balanza en que pongas las acciones de él y las tuyas: es muy feo quitarle la ilusión a la gente, pero a mí me estás pagando para que te ayude a ver la realidad, y la realidad es que él te está utilizando. Si de verdad lo quieres, no lo recibas borracho. Eso no lo ayuda. Es un hombre que no está comprometido, que es egoísta. Hazte a la idea que de él no vas a obtener mas que relaciones sexuales.” Brujería y psicología… ¿en dónde estaba el punto de ensamble? ¡Esa era la clave para dejar de necesitar las dos!

Mi trabajo empezó a dar frutos: soñé que estaba en una reunión y que me topaba con una mujer muy hermosa que llevaba un vestido de esos que se estaban usando de diferentes largos; por el frente, era minifalda y por detrás, largo chanel; yo le arrancaba un pedazo y me lo empezaba a comer, allí mismo, descaradamente, sin que ella reparara en que le había desgraciado parte de su falda y que además tenía toda la intención de comerme el vestido completo, ahí, en sus narices. Al mismo tiempo, estaba a la expectativa porque nadie parecía haberse dado cuenta, nadie le avisaba ni me reclamaba nada.

El señor Molina interpretó que me estaba comiendo a la gente; me dieron ganas de decirle que soy chismosa, no caníbal.

Esa misma noche, anotaba en mi diario la jornada con Mireya, que me hizo bastantes preguntas a propósito: ¿qué edad tenía la mujer? Porque a veces la veía de treinta y a veces igual que yo. ¿Cómo era mi vida cuando tenía treinta años? ¿Qué significa un vestido para mí? Entre las respuestas que le dí, recuerdo una: un vestido debe reflejar qué me gusta y cómo me siento; ya son cuestiones aparte la clase social, qué trabajo desempeño, a qué lugares acostumbro ir, que todo eso se ve en la ropa, pero, para mí, lo más importante es qué me gusta y cómo me siento.

La profesora interpretó que esa mujer era yo misma y que me estaba arrancando pedazos de una forma de ser que ya no me satisfacía; que estaba empezando a cambiar; esperar el reclamo de la gente, quería decir que deseaba que todos se dieran cuenta de que estaba cambiando, principalmente Arturo, pero él no lo hizo, y no lo hará.

No creo que la doctora haya querido darme por mi lado; pero el señor Molina se tambaleó en su nicho, y se empezó a resquebrajar cuando Mireya coincidió conmigo en que eso de que tengo poderes, no es más que un cuento que él urdió porque no quería perder clientela. Además, para ejercer un oficio de esa índole es necesario pertenecer a alguna sociedad secreta, y la gente que pertenece a sociedades secretas, generalmente acaba mal. Si no me creen, pregúntenle a Paco Stanley.

Una de las formas usadas por el Señor Molina para seducir y atraerse adeptos, era criticando a los colegas, él era el mero bueno y los demás, unos pobres macuarros. Según esto, se salió de la masonería, creo que hizo como que se salió, sigue ejerciendo, para sus limpias con fuego usa el triángulo metido en el círculo, que es el emblema de AA y la estrella de David dentro de un círculo; a mí, que no me cuente. Estaba organizando su logia.

Corría Enero del 2004; la madrugada de un sábado para amanecer domingo. Soñé que estaba otra vez vestida de novia; el vestido era transparente, con polisón, como de la época de Don Porfirio y cuando me veía en el espejo con el atuendo decía “Ay, se me olvidó ponerme los forros”, uno recto, color rosa y una crinolina blanca que hacían efectos de transparencia y tornasol, en rosa y amarillo. Me miré otra vez y dije: “qué flaca estoy”, una mujer que estaba ahí, pero no la veía me confirmó: “Todas las novias adelgazan en exceso”.

Esta fue la tercera vez en toda mi vida que me soñé vestida de novia. En el último sueño, sí sabía con quién iba a ser la boda, desde luego, con Arturbio y en cuanto lo pensaba, tomé la forma de una Barbie gigante; en seguida me veía observando mi réplica, tuve la sensación de que podía quitarle y ponerme sin ningún problema el vestido que llevaba puesto, porque me iba a quedar. Lo conté en el templo.

El señor Molina me dijo una vez que cuando una se sueña vestida de novia es porque le están haciendo a una brujería y el dicho sortilegio está siendo encomendado a la “Santísima Muerte”. Ahora resultaba que no; que eso lo soñé por mi falta de fé.

Como todos los domingos, estaban allí los hermanos que entrenaba para que sean también curanderos y cuando llegué, una de las hermanas, que se dice de ella que la Virgen María se posesiona de su cuerpo para curar, estaba en trance y nos vio a cada uno de nosotros. ¿Qué casualidad que había un mensaje para mí? Que era libre, que nada ni nadie me obligaba a ser bruja si yo no quería.

¿Qué se siente cuando la Virgen te habla? ¿Miedo, paz, alegría? ¿Ñáñaras, cosquillas en la panza, qué? Yo no sentí que la Virgen me hablara. Lo único que puedo sentir es respeto por el hecho teatral que se lleva a cabo allí, porque, para mí, Dolores con su Cristo y Clemen con su Virgen, eran dos consumadas actrices.

Como las imágenes en el vaso con agua, empezaron a darse uno tras otro, incidentes reveladores de que ya no había nada que hacer con el señor Molina. ¿Por qué tuve tanto interés en ese brujo? Es el empeño que uno pone en las personas, lo que hace que las relaciones se prolonguen por años.

Todavía estaba preocupada por llevarle dinero, lo cual hacía que nunca llegara los domingos a las nueve de la mañana. Un día lo pude hacer y tuve oportunidad de ver a una familia que no tenía recursos para comprar las veladoras requeridas en la solución de sus males. No sé cuántas les pedirían, pero si a mí, que soy sola me pidieron más de cien, ya me imagino a ellos, que eran tres. El padre de esa familia dijo, con toda sinceridad, “Sí nos interesa, pero no tenemos dinero. Sí le pedimos, hermano, aunque sea así, sin veladoras, pus lo que Diosito quiera componer.”

El hermano, sin alterarse, les dijo “Hay que comprarlas, porque eso es lo que le da luz a su espíritu, de a como vayan pudiendo”, ¡mis respetos por su habilidad!

Procurar que el cliente se presione a sí mismo, y que jamás llegue a sospechar que está siendo presionado por el curandero, es de las enseñanzas que se imparten en un templo de esa clase, pero nada se dice abiertamente; el que tiene ojos lo ve, y el que tiene oídos, lo oye. En esta familia también “había una clarividente”: la niña de diez años, hija de la familia que fue a consultar.

Se me enchinó el cuero. El día que quisiera tener una confrontación respecto a mis supuestos poderes, la verdad era que Molina jamás me había buscado; yo había regresado constantemente, y en realidad, ¿por qué? ¿Buscaba un voto de confianza? Por qué me interesó seguir yendo si ya le había dicho que, decididamente, no me iba a dedicar a ser bruja porque no creía –y sigo sin creer- en muchas cosas que se manejan allí.

No podía pensar con claridad; ante mi diario, no podía hilvanar mis ideas. Aparte de que no me quitaba de la mente el recuerdo de Arturo, en el templo sentí un mareo y un gran desasosiego. Otra vez estuve en trance y fue Irma, bueno, “su espíritu” se presentó a pedirme perdón porque me quiso matar.

No hubo forma de averiguar qué estaba haciendo ella al momento de tener ese trance, como tampoco la tuve de esclarecer los de Arturo, lo único que sabía era que ese día de Enero del 2004, estaba igual que el día de Julio del 2003, al empezar a escribir, y era forzoso hacer un balance:

¿Había recuperado a Arturo? Además, se recupera lo que se perdió y solamente se puede perder lo que se tiene, ¿había tenido en Arturo una pareja alguna vez? Un hombre que se acercó por presionar a otra mujer, ¿se sentía atraído a mí? No. Un hombre que entrevió la posibilidad de usar mi casa para sus orgías y sus borracheras, ¿quería compartir su vida conmigo? No. Un hombre que me insultó, que me aventó culpas, que no agradeció mis regalos, ¿me quiso? No. Un hombre que engrandeció mis defectos y me hizo sentir basura, ¿me aceptó? ¡No! ¡Por supuesto que no! ¡La brujería no ayuda a ver la realidad!

El pensamiento mágico es intuición; alguna vez me dijo eso Dora Luz. ¿Qué es lo que estuve intuyendo? ¿Que Arturo sí me llegó a querer? Puede ser que detrás de esa máscara de ignominia haya habido amor; pero estuvo tan escondido y, ¡es tan dura la muralla! ¡Santo y santo que estuve golpeando y ni una grieta le pude hacer! La barrera que pone un borracho, es más fuerte que el muro de Jericó, y ni hablar; ellos la construyen, solamente ellos la pueden quitar, bueno, a los que no les pasa lo que al aprendiz de brujo…

Era difícil renunciar a las adulaciones del señor Molina. Todos nos sentimos halagados con las adulaciones, pero el que adula, tarde o temprano insulta. La adulación es un juego y como tal, exige un ajuste de cuentas. ¡No encontraba la respuesta! ¿Por qué me interesó mantener la relación con el señor Molina? ¿La fantasía de ser la alumna predilecta? ¿La más inteligente? ¿La superdotada? ¡La consentida! Detrás del señor “Gurú” estuvo escondida mi madre, el ser que me dio la vida, quien primero me reconoció inteligencia y quien más me ha humillado. Me quiso dar su profesión, quiso que yo fuera odontóloga. Por sistema rechacé lo que viniera de ella, fuera tóxico o nutriente, al grado de no saber ni qué despreciaba; con el señor Molina no estaba segura de qué era lo que iba a aceptar, ni si debía dejarlo.

A mi madre le llegué a decir que es una castradora zoo cializada, así, con z y doble o, porque destruye bocas con el pretexto de curarlas, porque no tiene ética, ni para el trabajo, ni para la vida, ¿en qué se parece un hechicero a una loca?

Prepararme para ser bruja, era como volver a esos años con mamá. Dedicarse a la brujería es vivir del infantilismo de los demás y dar rienda suelta a niñerías de uno mismo, o hacer como que nos desbocamos. Es vivir en una constante contradicción; la gente que asume el oficio acaba sintiéndose perseguida, a veces, lo llega a ser. No todos los incautos reaccionan como yo, que mejor me puse a escribir mi librito. Al señor Molina lo quiso matar una ex consultante; se salvó, porque esta señora fue a comprar dulces a la ferretería, es decir, contrató a otro brujo, en lugar de contratar a un gatillero.

Esa confidencia que me hizo el hermano, fue en realidad otra cátedra, pero de múltiples mensajes: me presumía su poder, me advertía que sería inútil intentar algo contra él, que mientras no tuviéramos ningún disgusto la vida me iba a sonreír, pero, sobre todo, me enseñó qué grados de culpabilidad puede experimentar la gente en manos de estas personas. La mujer, bañada en llanto, fue a confesarle su falta.

No sé qué tan injusto sea, pero el hecho es que tiene uno que arriesgarse para adquirir determinados conocimientos. Nadie me iba a andar diciendo así, tan fácil, que para un brujo, las cosas nunca deben ser llamadas por su nombre, porque, en esencia, el oficio consiste en alentar a la gente a que construya castillos en el aire, sin adquirir compromiso alguno. Por ejemplo, si la unidad monetaria se llamaba “veladora”, podía evitar las acusaciones por fraude, ¡como estar en otro país, con otra moneda, y otra forma de vivir!

Nadie tuvo los alcances ni la disposición para ayudarme a ver que detrás de los hechiceros que consultara en la vida, estarían escondidos mis familiares significativos, y mientras no lo entendiera, seguiría amarrada a changarros como el de Don “Gurú”.

Ni aún mis terapeutas, fueron para hacerme tomar conciencia de que crecí en un ambiente donde los adultos se rodearon de misterio; me obligaron a preguntar después de machacarme –esto es literal, porque me golpearon- que no tenía edad ni era capaz de entender “ciertas cosas”; a mis hermanos y a mí nos sembraron dudas acerca de nuestras percepciones e identidades, ¿qué de criticable tenía que haya aprovechado lo único que pude hallar?

La profesora Mireya me dijo, en tono de burla, que no era lógico investigar si los tiburones muerden, metiéndose al banco de escualos; pero, ¿tuve de otra? Si había una opción diferente, quién sabe cuál era, porque ni ella me la brindó.

Para el señor Molina, mis trances fueron verdaderos, pero atraje fuerzas negativas. En ese caso, pregunto: ¿cuál iba a ser la utilidad o el bien que haría a la gente, como bruja que atraiga cosas negativas? ¿En qué voy a ayudar a nadie si resulto una histérica que se limita a exhibirse en “trance” para sacar sus frustraciones y fantasías? ¡Carajo! ¿Ya ni siquiera actriz voy a ser? Para andar haciendo teatro, definitivamente, estoy mejor en los microbuses, divirtiendo a los usuarios con mis muñecos de ventriloquía.

Por motivarme a que siguiera sus enseñanzas, el señor “Gurú” me habló mal del doctor Jorge, de que “cayó de lo espiritual”, mencionó también a Yadira, otra chava que conocí en la primera consulta que le hice, que también “descendió”, y ya era su “última encarnación en este plano” . El sacrilegio de ella había sido reconvenirle: “Usted ya no tiene que decirme nada”, no me contó qué sucedió antes, pero por bueno y poderoso que fuera en cuestiones de brujería, era posible que Yadira y el Dr. Jorge tuvieran un motivo legítimo para enojarse con él.

Esas historias me remitían sin saber, al tiempo en que mamá se quejaba de lo mal hijos que eran mis hermanos. Me acuerdo que escuchaba los regaños y me hacía fantasías de que la salvaba, que era la mejor de los tres, que ganaba la competencia por el cariño de mamá, ¡vaya trofeo!

Cuando el señor Molina me platicó de la “caída” de Yadira y el Dr. Jorge, me empecé a sentir como con mi madre, ellos habían perdido la contienda y solamente quedaba yo. Una vez más, la mentira del hijo predilecto, porque eso es una mentira. No puedo perdonarle a mamá que haya dicho que me quería más que a ninguno de sus hijos; eso fue una intriga que sirvió para que mis hermanos me tuvieran envidia y nunca me aceptaran.

La temporada en que tuve que estar yendo a la delegación porque se metieron a robar a mi casa, escuché que algunos judiciales le hacen a la brujería para obtener confesiones y así agarrar delincuentes. No creo que esto sea tan disparatado, ¿a quién más le puede interesar que haya dudas, misterio y cosas sin resolver? Los que deben, temen. El señor Molina fue judicial.

Salí del templo y fui directo a la casa de Chucho Gómez, a preguntar por el Dr. Jorge. Chuchito había muerto, pero vive ahí todavía Miguel Angel, quien me dijo, nada más, que su hermano el doctor vive en Chalco. Pude localizarlo. La “caída” a la que se refirió el señor Molina, estribó en que se dio cuenta de que hay engaño hacia la gente; tuvo que irse, porque empezaron a echarle la culpa de todo lo malo que descubrió.

La brujería funciona como las empresas fantasma que prometen que va uno a ganar el oro y el moro contestando el teléfono, o los negocios de ventas que le sueltan a todo mundo el rollo de que los que están ahí en ese momento son seres predestinados, y van a emprender grandes cosas; piden dinero y lo reciben de mucha gente entusiasmada a la cual le han levantado el ánimo. Cuando alguien de ellos se llega a dar cuenta de la estafa, es demasiado tarde. Estas empresas también son expertas en el arte de lavarse las manos y los verdaderos dueños no son conocidos por nadie, ni siquiera en fotografía.

El señor Molina dijo que estaba fuera de la masonería; entonces di por sentado que, si aceptaba ser bruja, no iba a pertenecer al grupo de los masones, pero entonces, ¿a cuál? ¿Al espiritismo? ¿A la teosofía? ¿Al gnosticismo? ¿A lo rosacruz? ¿De qué cadena es eslabón el señor Molina? Puede ser que ni él mismo lo sepa. Las verdaderas élites de la masonería por eso son élites, porque no admiten a cualquiera. De hecho, las altas esferas oligarcas constantemente inventan sociedades secretas; para fingir que comparten su poder. Lo peor que puede pasarle a una persona, es meterse en algo sin saber a qué se compromete ni de qué va a formar parte.

Veo, oigo y escribo, fue mi pauta en esta aventura exotérica, porque quise exonerar lo histérica y usé recursos exóticos. Sólo el tiempo dirá si lo pude conseguir.

La cuarta vez que estuve en trance, fue la última con el señor “Gurú”. Llegué al templo con miedo no sabía de qué, hacía mucho que no experimentaba ese caos emocional; de hecho, desde que besé por primera vez a mi adorado sapo arturbiano, comencé a revivir amarguras y a cometer desatinos que tenía por superados. Lo que para mí era señal de que estaba cayendo en un hoyo, para el señor Molina era el camino acertado para llegar a Dios. El beneficio de un hechicero, siempre será contrario al beneficio de sus creyentes.

En ese último trance, “estuvieron presentes” Arturo y su tío. Uno decía “sálvame” y el otro, hecho un demonio, “yo lo impediré”. Agriana, por fortuna, ya no se sentía tan a gusto jugando ese juego, y pudo escuchar a Adriana que le decía: “Corazón, eso es algo que ya sabes; lo detectamos juntas, vámonos.” Opté por ser diplomática y usar el dinero de pretexto: me dedicaría en cuerpo y alma a conseguir los seiscientos cincuenta pesos que faltaban, y regresaría al templo cuando estuvieran completos.

-Espero en Dios, -le dije- que en esta temporada, pueda tener una confirmación de que esos trances fueron auténticos; porque, hermano, creo que no fue así.

Hasta la fecha, sigo esperando esa confirmación, y el señor “Gurú”, ¡seguramente sigue temiendo que seiscientos cincuenta burros le pisen los talones!

No hay comentarios:

Publicar un comentario