viernes, 3 de septiembre de 2010

Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana. VII

“Los episodios con estos Houdini pueden o no ser dramáticos, pero jamás son sutiles. El Houdini es el caso más extremo del hombre que tiene fobia al compromiso, inicia una relación seria y, de pronto, siente pánico. Lo único que desea es escapar. No quiere hablar del problema ni tratar de resolverlo. Comprende que es muy difícil justificar su comportamiento, pero no le importa.”


Steven Carter y Julia Sokol.


VII

Vestido era una obsidiana.
Desnudo, un chalchihuitzin de hielo
que no podía brillar más.

Esfinge desmoronada,
quería lamerse las llagas
con lengüetazos de alcohol.

Es así como puedo describir a Nachtoyollotzin Arturo. El día que le puse ese apodo náhuatl que quiere decir “hermano de mi corazón”, me di cuenta de que veía en él a Alejandro, y comprendí por qué me sobrecogieron aquellos cinco segundos de auténtica desesperación reflejada en todo su cuerpo. La inermidad que mostró por no poder controlarse era impresionante, me había hablado de un ex compañero de la universidad, cuyo trato perdió porque “cada vez que salíamos, me emborrachaba, y es que no sé, no lo puedo parar”. ¡Sí que debió dolerle perder a ese amigo!

Siempre vestía de negro, según él para no verse sucio. En su trato, era a veces tan frío, que sentía navajitas finas traspasándome la piel; hasta me dolía que soplara el viento cuando estábamos juntos.

Desde el principio, se mostró turbio y si alguna vez he violado algo, ha sido su hermetismo; y a mucha honra. Con él no había franqueza que valiera. La primera vez que salimos, le pregunté si no quería enterarse de cómo había sido con otros hombres, y por qué se acabó lo último que tuve. Hoy comprendo que si no quiso saber, no fue por magnánimo; al investigar lo mío, hubiera tenido que darme igual chance respecto a lo suyo, ¡y si ocultaba lo de Irma! ¡Si no quería decirme dónde vive! Su actitud me sofocaba al grado de que fue imposible seguir las indicaciones de Dora Luz, quien me puso de ejemplo a la Virgen María, silenciosa en su nicho, ostentoso su poder.

Creo que me hubiera muerto de asfixia si no investigaba por qué me sucedía aquello, pero investigar de veras, no quedarme nada más en el puro lamento. Ojalá haya logrado ese objetivo.

En nuestra primera cita, Arturo y yo tuvimos relaciones sexuales y me propuso que viviéramos juntos, que estaríamos una temporada amontonados en mi casa para después irnos a un departamento, propiedad de su padre, ubicado a cuadra y media. El lugar existe, es la casa en donde mi dolor de cabeza pasó su infancia. Todavía vive allí uno de sus hermanos.

De acuerdo con el plan arturbiano, una vez instalados en ese departamento, Nachtoyollotzin llevaría otras parejas y yo también, si lo deseaba, podría llevar a otros hombres. Mi primera reacción fue reírme y decirle que estaba bien, que si quería, nos hablábamos por teléfono y quedábamos de vernos en la sala.

Situaciones así de complicadas, las viví como hija de familia, y al ver a mamá que peleaba y salía perdiendo, aprendí que desgasta menos un cojincito de insinceridad: cuando algo no me gusta o no me conviene, suelo otorgar callando; no opino ni pongo objeción, pero tampoco emprendo acciones que se encaminen a la realización del proyecto.

Arturo quiso darme dinero para que arreglara mi casa y fue la única vez que le he plantado, para beneplácito de Irma, que de inmediato procedió a consolarlo y hacerle ver que yo no le convenía.

Nachtoyollotzin se resintió porque le dije, así, a bocajarro, que en mi casa no cabíamos los dos y también le dolió lo de quedar de vernos en la sala cuando viviéramos juntos. Lo que buscaba en mí, era una mujer que se dejara humillar hasta el punto de solaparle que tuviera otras mujeres; que a la mañana siguiente, se ocupara de limpiar vomitadas, preparar chilaquiles p’a la cruda, lavar los trastos y echar a la basura las botellas vacías; una mujer que pusiera la casa presentable p’a la siguiente pachanga y que además, saliera a trabajar para que no faltara la comida. ¡Una gran mujer, claro! ¡Porque puedo hacer chuntata en la guitarra, y eso indicaba música viva p’a los cuates! ¡Por supuesto que estaba ilusionado conmigo! ¿Qué otra cosa puede ilusionar a un borracho, si no es su borrachera?

A pesar de sus esfuerzos por ocultarme cosas, logré saber que dos de sus hermanos se avergüenzan de él, que su tío Pedro es quien lo salva de quedarse tirado en la calle porque ya no tiene casa; pero lo que más debe arderle, es que pude hacer lo único inteligente que estuvo a mi alcance: negarme a que viviera en mi casa.

Los dos somos universitarios y dejamos truncas nuestras carreras; los dos fuimos la oveja negra de la familia; los dos nos hicimos rebeldes y soberbios a consecuencia del trato que recibimos, pero todas estas similitudes no nos hacían gemelos: por desgracia, lo único que teníamos en común es que somos náufragos, y mi pecado fue querer mostrarle una brújula. Se la di en forma de copia del mamotreto llamado diario, porque sé que algún día va a tocar fondo y entonces contemplará la ruta que seguí. Ojalá le sirva leerlo, como a mí me sirvió escribir.

Llegó a decirme que mis cartas le hacían el efecto de una bofetada, y es que las dichas misivas, ¡fueron misiles! Uno de ellos, hasta con bala expansiva. Iniciaba así: “De este documento me serví para dar con tu padre”, y tenía anexada su acta de nacimiento. Eso, y decirle a uno de sus familiares que no lo negara, que no era perro, fue lo más bronco que le pude hacer. Me lo echó en cara.

Cuando conocí a Nachtoyollotzin, pensé que era actor; hay muchos que trabajan de meseros o de taxistas mientras les llega “la gran oportunidad”. La primera condición para que una caiga en estos garlitos, es irse con las fintas. También fingiendo se gana. Lo que me fascinó de Arturo, fue creer que era un actor; afortunadamente, Dios vino en mi auxilio y le pregunté, desde luego al Arturbio, qué había estudiado. Cuando me dijo que Administración de Empresas, sentí feo resquebrajar mi ilusión, pero acepté la realidad; él no es actor y si se mostraba exagerado y extrovertido era porque estaba tomando y echando relajo.

2003 ha sido el año más infeliz de mi vida, pero también el más aleccionador. Transcurría el mes de Agosto, el cumpleaños de Arturo se acercaba y era una excelente oportunidad para romper la superstición de que regalarle al novio un tejido es de mala suerte. Lo extrañaba tanto que llegué a pensar que moriría de tristeza y me consolé mirando cómo tomaba forma la prenda que tenía en mente. Imaginar a Nachtoyollotzin con el chaleco puesto, fue mi manera de recrear su cuerpo, de tocarlo, de estar cerca de él. No tenía miedo de la mala suerte porque llevaba todo lo que iba del año navegando entre el desconcierto, la desesperación, el enojo, una raya más al tigre, ni se le echaba de ver, quién quitaba y hacía una suma algebraica: menos y menos da más. ¡Nunca di una en matemáticas! ¡Por eso estuve a punto de quedarme en preparatoria!

A veces, mi querido borrachín hablaba por teléfono en la madrugada y se escuchaba que tenía música a todo volumen. Sus llamadas eran embestidas de rinoceronte, en especial cuando quería que nos viéramos. Una vez me negué y se enojó tanto que me dijo, como si fuera una gracia, que había empezado a ingerir perfumes, que no sabían mal. Le recomendé que brindara con lavanda añeja a mi salud y después de colgar, imaginé un apodo tras otro, buscando a toda costa reírme de él por ruidoceronte, lagartijo, huevosaurio, pedodáctilo, abominable hombre de las cheves. De todas formas, lloré. Quería conmigo al semejante alebrije y, como regalo por su onomástico le mandé unos versos además del chaleco.

ES UN PEKINES.

Pose Arturbio Ladilla Jerez,
gruñe y ladra como un gran danés;
y cuando se le va lo borracho,
nomás se arrincona como un pekinés.

Con modales de gran avestruz
él vigila su reputación:
la cabeza en un hoyo metida,
y desprotegida la parte de atrás.

Tiene facha de que es muy cortés,
ques que juega muy bien ajedrez
y prefiere irse a las maquinitas,
dice que la gente le da por detrás.

Es un chulo de gran rigidez
que lo mira todito al revés
y se siente perfecto, impecable,
se cree con derecho de ser nuestro juez.

El flechazo con el pekinés,
fue una tarde, eran como las tres.
Por haberle mentado la madre,
caí entre sus brazos sin ver su embriaguez.

No hay más cera que la que arde aquí
nos lo dice muy claro el refrán,
y ahí andamos, todas las mujeres,
cargando con culpas de un tipo mendaz.

Pose Arturbio Ladilla Jerez,
gruñe y ladra como un gran danés;
y no quiere perder lo borracho
porque se da cuenta que es un pekinés.

Regresó y me dio tanto gusto, que casi no puse atención a la lista de reclamaciones: lo había asediado, me quería dejar pero no se lo permitía, no pensaba en un futuro a mi lado, y p’a pronto, a su poema le habían faltado dos estrofas; además, el chaleco le quedó grande y mejor lo regaló.

-Tú no eres lo que busco.

-Podré no ser lo que buscas, pero soy lo que mereces.

-¿Qué? ¡Ja¡ ¡Yo merezco más! ¡Mucho más!

-¡Ah, no, sí, mi vida, las hay peores! ¡Ándale! ¡Salte! ¡Corre a buscarlas! ¡Ándale! ¡Ya! ¡Vístete y vete!

No recibí reproches acerca de los recados del señor Molina. Viéndolo bien, había sido una falta gravísima, ¡lo llevé de la manita con un brujo!

En lugar de reparar la afrenta a mi ego por tan terrible omisión, el mamut sin lana fue a barritar con Irma y César que habíamos regresado, como si les importara, como si fueran sus amigos. El tiene miedo de amar, y mientras siga necesitando que la mujer tenga la culpa, ni va a poder querer a nadie, ni se va a desprender.

Todo el tiempo que invertí en la relación fue tortuoso, y de no ser por mi diario, hubiera sido, además, tiempo perdido. Arturo jugó al gato y al ratón y ha resultado el gran perdedor: Irma está casada con César; yo tengo un libro y un conocimiento de la vida que ya lo quisiera él. Aunque lo acepten otras mujeres, siempre se va a comportar como el perro de las dos tortas. Lo último que supe, es que ya le quitaron el taxi y anda ahí, de ayudante de plomero.

Hoy resuenan en mi mente las palabras de un AA que fueron hierro al rojo vivo:

-Mire, señora, no se ande por las ramas: los alcohólicos no queremos a nadie, no sabemos amar, ni nos interesa una relación de pareja, ¡buscamos gente pazguata que nos solape nuestras chingaderas! El día que las mujeres entiendan eso, van a dejar de sufrir.

-Y de aceptarlos.

-¡Ah, no se crea! ¡Las pendejas nunca se acaban! ¡Con nosotros no hay mas que chupando, sirviendo o prestando!

Aquel padrino me cayó en gracia cuando subió a la tribuna. Era un hombre joven, con cuerpo de oficio y artificio. Había cambiado tugurio por gimnasio y puede ser que también alcohol por esteroides, se comportaba como asteroide. Era la caricatura de un campeón de físico culturismo mientras decía su nombre, “… y soy un enfermo alcohólico”. Adriana pensó en voz alta: “Ahí tienes a tu Arturbio, cuando milite en AA”. Agriana sintió un duchazo de agua helada, pero pudo reflexionar:

-Bueno, yo no soy ninguna Deyanira. No necesito a mi lado un Hércules, y menos de pacotilla.

-¿Te estás dando cuenta en qué ser tan antipático se va a convertir?

-Sí.

-¿Insistes aún en recomendarle AA?

Mi pequeña Agriturbia hizo una pausa, se le llenaron los ojos de lágrimas y respondió: “Sí, le va a ir mejor siendo eso, que siendo lo que es hoy.”

Arturo ya no está presente, pero creo que no he tenido el valor de decirle “adiós”. De vez en cuando hay mensajes suyos en mi contestadora y los borro; ya no pongo el entusiasmo de antes en oírlos, pero si llega a telefonear cuando estoy, paso buen tiempo hablando con él. La última vez que conversamos fue chusca, pero me asombra lo que hice. Al contestarle, dijo que no quería hablar conmigo, que su intención era dejar un saludo en mi buzón de voz.

-¡Ah, qué falta de confianza! ¡Ahorita cuelgo y vuelves a marcar!

-¡No, no, no! ¡Adi! ¡Adi! ¡No seas fea!

-Oye, mijo, si no es cuestión de fealdad; al cliente, lo que pida.

Colgué. Y desconecté con el propósito de no ser interrumpida mientras dormía a pierna suelta; a la mañana siguiente, no encontré ningún recado. Es probable que ni siquiera haya vuelto a llamar, ¡y pensar que es el mismo hombre que saturó mi grabadora alguna vez! No hubo groserías ni llanto, no le hablé golpeado, tampoco me arrepentí. Creo que el cariño, o como se llame lo que todavía siento, terminará por desaparecer a la larga, el chiste es paciencia y no cejar. También es asunto de honradez: yo sí tomé mi oportunidad, y no puedo ser indiferente al hecho de que él no haya tomado la suya. Lo habré perdonado, cuando deje de ser en mi corazón Nachtoyollotzin, para pasar a ser, llanamente, nachtoyollotl.

















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